viernes, 19 de diciembre de 2008

Del 80

Alvarado siempre se había considerado como un hombre de trabajo. No estaban en él los ánimos violentos.
Un hombre afortunado en los negocios, luchando a talerasos con esa mugre de gauchos que son su peonada que aún añoran los tiempos en que no existía el alambre de púas. Pero, como todo el mundo sabe, eso no es violencia, son sólo las reglas del juego.

Le vinieron, como casi siempre, una mañana con un nuevo negocio. Fácil y redondo. Al oeste de Junín, en las tierras recién arrancadas al ranquel, un campo verde y feraz.

La toldería que la ocupaba había quedado aislada en la batalla, si así se le puede llamar al enfrentamiento de lanzas con winchesters. Sólo mujeres y niños, tres de los cuales desde sus apenas 80 cm. le mostraban su desprecio.
El capitán a quien le correspondían en la repartija, se las vendía a buen precio.

Alvarado sólo le pidió al capitán una cosa: que se haga cargo según la usanza de ese rezago.
El capitán hizo lo que se hacía. Mandó a degollar a los niños y las indias mayores. Se llevó a toda hembra que caminara para llevárselas a un cierto comerciante francés, y dejó que los pumas se encargaran del resto.

Alvarado miró con complacencia la eficiencia del capitán y pagó con creces lo acordado.
Al fin esos salvajes asesinos eran expulsados.
Y la tierra quedará en manos del progreso y la paz, como en todos lados.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Pañuelos

A los 14 años Carlitos se debatía entre usar los jean acampanados y los rectos de hilo. Esteban, su hermano mayor, siempre lucia, aún fuera de la oficina, sus impecables saco y corbata. En cambio Ludmila vestía onda Pinap, hoy con camisas de colores y apretados Oxford verde agua, mañana con bambula y pachuli. Uno y otro combatían por Carlitos para sumarlo a su bando. Cada uno aportaba sus razones. Esteban argumentaba que era mejor guardar las formas que los tiempos eran difíciles, que a los jóvenes rebeldes Onganía, los pondría contra el paredón. Ludmila en cambio hablaba de un extraño movimiento, de Universidades Yanquis, de la pavorosa guerra de Vietnam, de Submarinos Amarillos y de un tal Zimmerman.

Finalmente en un avance de peón 4 dama, Ludmila obró la magia. Le regaló un hermoso pañuelo de seda, para usarlo en el cuello, el cual de ningún modo congeniaba con una corbata de la misma tela.

Muy pronto, Carlitos se independizó de pensamiento
Un mes de mayo de 1968, lo sorprendió en tercer año, donde nadie podía decir nada, pero todos leían todo. A su lectura diaria de la Biblia, agregó A Sartre, Maltus, Maharashi, Neruda , el Martín Fierro y la oración de San Francisco.
La fatalidad de la historia lo acorraló contra su pieza, adornada de Posters de Led Zeppelin, un Audinac de 50 + 50, su misa de domingo y la hambruna de Biafra. La gente se moría y él escuchaba a Deep Purple, a Lumumba lo fusilaban los belgas y él se reclamaba europeo.
La vergüenza lo hizo muchas veces volcar sus lágrimas sobre el pañuelito de raso que la tía Irma le regaló cuando cumplió los 9.

Al cumplir los 16 tomó una decisión, tomaría partido, y se fue a vivir al Chaco, a apostar por la justicia, entre Wichis y Tobas, entre fe y rebelión. Se puso a la derecha del Padre Ignacio, que hacia 40 años se había internado en el monte y hacia lo que podía, que de ser por el gobierno y la diócesis hacían muy poco.
Lograron erradicar el tifus, construyendo una humilde cisterna de agua potable, aunque la mayoría de los adultos ya tenían Chagas, los convencieron de nuevas construcciones donde la Vinchuca no anidaba.
Largos años de paz, lucha, lectura e insomnio. Cierto era que no era Francisco, ni el Che, pero al menos se sentía útil.

Una mañana de agosto del 76, las gallinas se alborotaron cuando la cisterna volaba en pedazos, un Jeep verde cruzaba la única calle de la pequeña aldea disparando su FAP por sobre los techos, con una soga arrastrando un bulto que parecía ser el padre Ignacio de no ser por las ropas quemadas y las mutilaciones. De la capilla sale la hermana Claudia con sus 70 años a cuesta. Desde el aserradero viene Carlos corriendo agitado. Un oficial alza su FAL y dispara contra la anciana monja, y hace señas de capturar al muchacho. La tropa obedece y Carlitos es cargado al MiniMug. Decenas de rostros oscuros se tapan el rostro con higiénicos pañuelos de tela blanca para evitar mojar su digna tierra colorada con lagrimas de rabia e impotencia.

Ludmila, hace más de veinte años que lo busca. Se pregunta si habrá aprendido a leer a Voltaire, a Kant, a Hegel, Husserl. O sólo se habrá arrancado el dolor con Poe, Kafka y Cardenal.

Ya no tenía importancia. Ya no estaba mamá.

Abrochó su pañuelo blanco bajo su barbilla y se fue a la plaza como todos los jueves.


1998

sábado, 8 de noviembre de 2008

Nudo de hilo

Nudo de hilo

El hombre parecía tranquilo, pendulaba la pierna desde la rodilla, se fumaba tranquilo su cigarrillo y mirando como si nada la explanada, mientras jugaba con un hilo en una mano.

Lo volví a mirar por la ventana espejada y no parecía sentir ninguna preocupación de la acusación que pesaba en su contra. Al ser detenido como sospechoso sólo dijo que le dejaran cambiar el saco, traer sus agendas y dejaran de buscar.
Lo hice pasar con la idea de obtener su confesión. Guardé apenas con premura la primer carpeta de relato no oficial donde el perito me cuenta sus primeras impresiones. El resto del equipo aún trabajaba en el lugar del hecho. Lo vi tan tranquilo que hasta lo invité a un café.

Noté como se sonreía para sí mientras yo preparaba los formularios de rigor. Había una felicidad inexplicable en su cara, mientras sorbía el horrendo café que había preparado la Gutiérrez, como si estuviera en una glorieta de Recoleta. Me interrumpió con una impresión y una pregunta:

– ¡Ha, que bien que estamos aquí!... ¿Cuánto me toca?

– ¿Le toca de que? Le respondí.

– Cuantos años...

– ¿De cárcel?

– Y claro...

– Eso depende... no depende de nosotros... pero digamos que hay varios factores... premeditación... alevosía por un lado... o... colaboración con la justicia por otro...

– Digamos que Ud. nombra todo eso porque debe estar en sus informes. Me interrumpió.

Noté algo raro en su voz. Por lo que le propuse, antes de escribir nada, una confesión informal de palabra, para poder atar los cabos en mejor forma, antes de pasar a los papeles.

– ¿Hubo premeditación? Fue mi casi infantil primera pregunta.

– Por supuesto, estuve largo tiempo planeándolo.

– Sin embargo, mis primeros informes no parecen hablar de un hecho planeado.

Fue entonces cuando desplegó una añosa y gorda agenda, llena de señaladores, atados todos a un mismo hilo, la apoyó sobre el escritorio, se puso los lentes y comenzó a enumerarme.

– Uno... Dijo

– Uno, ¿qué?

– Uno... ¿me deja seguir?...

– Siga, siga...

– Uno. Salté la pared del fondo, entre por lo del vecino de la higuera. Aproveché que estaba distraída tomando sol, la tomé de los pelos, la arrojé a la pileta y la sumergí, cruzándole un brazo por la espalda y tomándola de la nuca. Ella luchaba tratando de clavarme las uñas pero sólo consiguió abrir un tajo a la lona por donde comenzó a escapar el agua. No me confié en que haya dejado de moverse y la sostuve contra el fondo hasta que se me acalambró la muñeca. Luego me arregle la camisa. Saqué mi llave del pantalón, abrí la puerta del frente y salí como si me fuera a trabajar.

Lo miré con desconfianza por primera vez. Le pregunté con torpeza...

– ¿De que está hablando?

Me miró, levantando la mano derecha apuntando con el índice y el mayor al techo. Fue cuando observé que los tenía pegados quizá en forma congénita.

– Dos, me dijo. Paseaba con mi coche por la Avenida Libertador cuando la vi paseando por la vereda llena de paquetes, luego de sus habituales shopings. Subí al parque, la atropellé desde atrás, desparramando todos sus regalitos por el pasto del Paseo de la Infanta. Como tuve dudas que aún respirara, hice marcha atrás y le pasé varias veces el coche por encima. No quedó madeja de hilo sana, hasta que vi la nueva onda verde y me fui.

– Así, no me diga. Le dije, cuando en realidad deseaba pararlo en seco.

– Tres. La encontré en una fiesta en el Sheraton. Evité que me viera. Aunque sería raro, pues ella sólo se veía a si misma. Cuando salió al balcón con su vestido negro y su copa de whisky, le hice una toma de cintura, rompimos la baranda y caímos al vacío, ella pegó con la cabeza contra la base de la Torre de los Ingleses, pero yo me tomé del Tótem y descendí como un bombero. Después caminé rápidamente porque se me iba el último tren de retiro.

Casi no me podía contener. No sabía si reírme, enojarme, llamar al psiquiatra o hacerle dar la habitual tunda de ablande.

– ¿De que me está hablando? Le dije con la mejor voz, ocultando la carcajada.

– De eso, premeditación. Tengo 22 más en este catálogo. Pero pasemos a alevosía. A ver este, este me parece genial... luego de haberle desparramado los sesos a su amante de turno, viene y se me planta de rodillas, se me colgó de los pantalones, implorándome perdón, entonces levanté la Mágnum 44 y le disparé en medio de los ojos...

– Espere un momento. Le dije.

Salí a la ventana a pensar un momento. Tenía dos alternativas, o bien se quería hacer pasar por loco o estaba dando señales de una soberbia que nunca me había tocado ver... o, claro, por supuesto, no tenía nada que ver.
Era evidente que estaba primero en la lista de sospechosos, para poner la simple carátula de uxoricidio... entonces decidí seguirle el juego... mejor dicho me tocaba dar una puntada a mí.

– ¿Que auto tiene? Le pregunté.

– No, no tengo auto... nunca tuve auto.

– ¿Y con cual auto la atropelló?

– Y que sé yo... un Mercedes, ¿le parece bien?... ella quería tener un Mercedes...

– ¿Cuánto le salieron las balas del Mágnum?

– ¡Hu!, ¡son caras esas balas!... pero me las mandó de regalo mi amigo Clint Eastwood...

– Pasemos a otro tema mejor, dígame, ¿por qué lo hizo?

– ¿Porqué lo hice? Digamos ¿porqué finalmente lo hice? o... ¿porqué alguna vez lo pensé o... decidí o... temí hacerlo...?

– Dígame la verdad.

– ¿Que es la verdad?.

– Cuénteme, simplemente, como fue esta vez...

– Humm... no me acuerdo... ¿dígame donde fue?... en su casa, la calle, un supermercado...

– Fue es su casa...

– Ah, en casa... Ud. sabe, no sólo de pan vive el hombre... no sólo de amor se construye una pareja... digamos que este amor fue como encender una lámpara y esconderla en un jarrón. Yo me había planteado, sin embargo amarla de tal forma que mi presencia no apagara la mecha que aún humeaba... pero como de todos modos el árbol se conoce por sus frutos, un día salí de esa casa sin siquiera decirle “Seguime”... pero bueno hay que dar al Cesar lo que es del Cesar... así que acá estoy, de donde no saldré hasta pagar el último centavo...

– Creo haberle escuchado que contaría sobre la casa o algo así...

– Así, claro, pero yo no tengo tronco donde recostar la cabeza. Ud. sabe que nos han dicho: No matarás. Pero confundimos el matar con el usar armas, el ver correr sangre o un cuerpo ponerse cianótico de asfixia mientras nuestras muñecas se enervan en una laringe. Pero no es la única forma de matar. Yo me he refugiado en esta fantasía... hasta hace unas horas... y ahora veo que se ha cumplido... Sí, es cierto, no fueron mis manos, ni ha salido de mis bolsillo la paga al mercenario...

– Que acaso no se ha planteado, luego de toda esa agenda, el caso de un asesino a sueldo...

– Ve estos dedos. Fue una ingenua tentativa de suicidio. Al poco tiempo de salir de esa casa. Me hice un nudo con un cable y bajé la llave. Pero sólo pasó que se me prendieron fuego los dedos y saltaron los tapones y así han quedado y así quedarán pues lo que Dios ha unido no ha separarlo el hombre. ¿Ud. le daría a su hijo una serpiente si le pide un pescado? No, nunca me plantee el caso concreto.

– Entonces, ¿qué hace acá?

– Digamos, es cierto, yo no siento ningún pesar, pero lo oculto tiene que saberse. Pues quien le ha pedido al Universo este final, sino yo. Es probable que haya sido un ocasional ladrón, de esos que uno nunca sabe en que momento vendrá, que si uno supiera estaría con la luz encendida. O alguno de sus habituales amantes. Pero no he de ser yo quien arroje la primera piedra, porque mi nombre también está escrito en el arena. He sido simplemente quien lo ha pedido y se me ha concedido. He llevado la carga el doble de lejos. Pero ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde el alma?. Y eso, mi amigo, ha ocurrido hace un largo tiempo, ya he vagado largo trecho entre los muertos y nadie me ha querido enterrar. He recitado letanías, le he dicho, porque me has abandonado. Por tanto no importa quien haya usado sus manos, sino quien lo ha pedido. Por tanto no busquen más. He aquí el hombre.

Lo miré con asombro. Estaba dispuesto a pagar un crimen que no había cometido, sólo porque lo había deseado. Dejé de reírme y le plantee.

– Sabe que pasa amigo. Tenemos un código civil, es ese código existen las figuras, de cómplice, coautor, instigador o autor intelectual. No existe la figura de deseo necesario. Así que para nosotros, no hay "prima fascie" ningún motivo, para detenerlo.

– Bien pero le hago una apuesta...

– No... los policías no apostamos...

– Ve como todos mentimos hasta en lo evidente...

– Diga entonces...

– Le apuesto lo que salen dos pajaritos, que es una de las que tengo escritas y atadas en este catálogo...

– No creo, pero bueno que se haga según su palabra.

– Ve, hombre de poca fe, que se le puede decir al cerro movete y este lo hará... o sea ¿que no voy quedar detenido?.

– Por ahora no, pero técnicamente sigue en la cuerda de la investigación, Ud. sabe hay muchos sospechosos pero, muchos son llamados pero pocos los escogidos...

– Bueno. Si nadie tiene más que decir, tengo un llamado que hacer a una persona. Quizá ahora le pueda dejar de decir que no soy digno que entres en mi casa, quizá hoy empiece una nueva vida, o no, quien sabe...

Lo despedí. Pero igual llamé al psiquiatra. No fuera cosa que... pero no... entonces pasé a la oficina de Galíndez, donde se habían reunido para escuchar y cagarse de risa de las ocurrencias del pobre tipo. Me enojé.

– ¿Hasta cuando tendré que soportarlos? Les dije, sin mucha convicción.

La Gutiérrez me invitó otro de sus espantosos cafés, mientras me decía:

– Hasta que la muerte nos separe.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Plagio III: La amoladora no va sobre el balancín

Plagio

a lo primero é así: ase tornillo, la salamandra tacá en el rincón,
gastando osígeno y carburo, y mi empanada de carne
dispué é asá: tengo la do patas sobre el cabayete
aprietando lo talone y siento la nasta suviendo en baos
é siempre así cuando digo que lo salame ponemo siempre,
el tiner en cuanquié lao, lo dejamo en cualquié estante
ya no somo lo mismo piola cuando ponemo la lata en ningún lao,
me da cagaso pintá puertas quempiezam cada ve en un boyo distinto,
porque parece que fueran de otro auto,
pero son deste,
son enduidos que no tienen ton ni son, ahora chamuyo que ponemo
el tiner y la lijas en cualquié lao, y lo perdemo, esiguá como cuando ponemo
la amoladora sobre el balancín, no va aí, va cá
o sea, como cuando me rifregaba lo nudillo denfrente a la yama,
estoy bajoneao y no me va,
¿porque le vuá decí al cliente “lindo coló” cuando stá pal culo?,
tengo la radio clavada en el rotativo del aire,
y tengo el cuiqui que algo como destar siempre en la fosa má onda del taller,
a lo mejó se oiga masomeno como mi jeta contra el sulejo,
dejando un redondo de grasa, y denmedio ponga el primé número de presupueto,
que le buá cobrá todo lo número, que no é iguá a lo que le buá cobrá al comesario;
ma bien ques otro. pintao pa que no se apiole de la masilla que tapa la letras de tasi afanao.
a la tarde é así: tengo al otario bizco mirándose a él mismo por el espejito diciendo que
otubre e un lindo mé para salí de afano por la oriya del riachuelo,
que ole así porque baja la podrida de la curtiembres, la quimiscas y lo matadero,
ma a la maniana é así: soy un traganasta, la quiero despintá y pintá lunga,
pa que no se ponga cabrero, pa que saque, ponga lo billete, me putee un poco,
ponga otro morlaco, y me ponga cara de orto, que no le gustó,
siempre el mismo verso
masí: sólo tengo do manos, y una que ya no é mano, rajada de tanta pulida,
y otra vuelta: no quiero tené quesplicarle que la puerta quedó joya,
poqué la chapa tiene un buraco reyeno con el cintoplom,
y la chapa siempre va sé así;
y ya me agarró la noche en este piso de grasa vieja,
y el tornillo me ase acordá a mi gorda dandome el sanguche o perándome con sopa,
y si cae elada me cuartea la pintura, ques como el cielo grí deste invierno,
y la gorda ni lo chico saben que me ricuerdo siempre deyos,
y la doña chusma, que pasa por la vedera,
no ve quel ñato se lleva el auto con la piña con una aureola de contorno.



Tema: “Los zapatos no van en el ropero”

primero es así: tengo frío, la estufa está a mi lado
consumiéndose el oxígeno y mi corazón de carne
después es así: tengo los dos pies sobre la silla
apretando los talones y siento la sangre subiendo en coágulos
es siempre así cuando digo que los tontos ponemos siempre
el amor en cualquier lado, lo dejamos en una persona cualquiera,
ya no somos nosotros cuando ponemos el amor en ninguna parte,
me da miedo construir poemas que empiezan cada vez con una letra distinta
porque parece que quisieran decir algo por separado
pero no lo hacen
dicen cosas que no tienen pies ni cabeza, yo ahora hablo de que ponemos
el amor y las comillas en cualquier parte y en ninguna, como cuando ponemos
los zapatos en el ropero: no van ahí, van acá.
quiero decir, como dije hace un momento, que estoy triste y no me curo,
porque siempre decir cualquier cosa es un momento oportuno para la tristeza.
tengo el despertador preparado para la mañana
y tengo un silencio como de estar hace siglos en la cuenca más honda del océano
quizás suene algo que es parecido a mi boca contra el vidrio,
dejando el redondel de vapor, y el centro escriba la letra con que empieza un nombre
que tiene el abecedario entero, que no es el mismo abecedario que lleva este poema
sino que es otro, construido para que ese nombre se la primera letra que
recuerde cuando diga que abecedario es una palabra larga y empieza con
una letra que no es la misma con que empieza este abecedario que empieza con a.
mas tarde es así: tengo un ojo mirándose a si mismo diciendo que octubre
es un mes precioso para hacer el amor en el borde perlado del río que
empieza a bajar turbio porque es deshielo.
mas temprano es así: soy un xilófago, quiero deshacerte y hacerte otra vez,
para que no esa tanto témpano conmigo, para que no seas
un poco de papel y un poco frase, otro poco de papel y otro poco de frase.
es así: tengo dos manos y una que no quiere ser una mano, porque le
teme a la caricia.
es otra vez de nuevo así: quiero que no tener que nombrarte en un poema
sea la tristeza
porque la muerte tiene ese espacio del silencio ya ganado
y mis espacios de duelo tienen la saliva dibujada
y el silencio tiene dos palabras escritas
y la noche es un huerto de sanguinolentas estrellas
y los témpanos tienen tu rostro cuando es de día
y cae la escarcha en los cielos de buenos aires
cuando ni vos ni la gente saben que hablo de vos y de ninguna otra gente
que acaso llevara tu contorno.

María Cristina Cambareri

Publicado en Poesia.com el 22/06/2001

Tamara

Quizá alguna vez este envío llegue.
He echado a rotar a mi linterna. La tengo frente a mí a 30º de la eclíptica de mi cabeza. Cuando agote sus pilas le diré adiós a mi cuerpo. Valsvat esta cansada de reciclar. Ya he tomado, dicen sus registros, 7234 veces el mismo agua, las provisiones se han acabado.

Mañana arrojaré el cuerpo de Tamara al espacio.
Lo haré como ella me lo ha pedido. La sacaré en el cofre de animación suspendida y cuando apenas sea un punto más en el visor desataré los cerrojos.
Su cuerpo mórbido saldrá despedido y estallará de presiones internas, y Tamara abarcará todos los radios. Digno funeral de mi compañera de viaje. Yo no tendré la misma suerte, quizá alguna vez encuentren la nave, que seguirá titilando señales, y a mi cuerpo atado a un tubo.
¿Me pareceré a los esqueletos de las mazmorras medievales?

Estoy a 7 días luz del jardín que me vio nacer. Distancia ridícula. Ciro sigue impasible en mi ventanilla, tan lejos que cuando salimos. Veo a través del cristal el rostro hibernado de Tamara. No podré terminar de aprender su idioma. Creo que ella siempre supo que no volveríamos.

Hace frío. Valsvat encendió su luz roja, otro panel dejó de funcionar. Debo cambiar de planes. Tamara quería que alcanzáramos la zona del gran eclipse para ser ella la luz.

Pongo el cofre... hey... encendé tu luz... grabame y transmitime... ahora va mejor... repito 1,2,3...

Pongo el cofre en la cámara de vacío. Cierro las escotillas internas. Abro las externas. El espacio está limpio y oscuro como siempre. Empujo el cofre ataúd de mi compañera...
Disculpen radio captores... se me anuda la garganta... ahí va ella a 10m/s, en 30 minutos presionaré “Open” y la entregaré a su esencia.

La linterna sigue girando como boba, asida de la nada.
Houdini me envidia, yo la envidio a Tamara, ya no la veo.
Adiós amiga.

Rezaré un responso.
Quizá el universo se apiade de mi soledad y me atraviese de meteoritos.

jueves, 30 de octubre de 2008

Teléfonos

Hola, Señal de fax, por favor...
Hola, ¿está Yésica?
Hola, nuestras líneas están ocupadas, si sabe el número de interno márquelo...
Hola, Ud. no me conoce, yo tampoco a Ud., pero habiéndose cruzado nuestras líneas...
En este momento no podemos atender su llamada. Para enviar un fax inicie transmisión...
...debo decirle que finalmente tomé una decisión, y se lo digo porque no sabe quien soy...
Esta Ud. Comunicado con Víctor Rodríguez S.A, para ventas marque 1, para compras 2,...
Hola, ¿Sergio?, ¡hola!, No te quedés mudo, yo sé que estás ahí, te aviso una sola cosa,...
Hola base, aquí móvil 2, estamos terminando, volvemos en unos 45 minutos...
Hola, Mariana, hola, si esta bien... jijiji... no te jodo mas, sólo decime que hago con tu bombacha...
Ud. ha sido beneficiado con una beca en el New English Center Training San Fernando,...
Hola, Abu, tá mi Mami ahí, toi tolita, los pedros se pelian... y teno miedo...
Telecom informa que el número solicitado no corresponde a un cliente en servicio, ...
Te comunicaste con La Payana, animación de fiestas infantiles, dejanos tu mensaje o fax...
...no nació el hombre que me ponga la mano encima y viva para contarlo, cobarde, te espero...
...para Recursos Humanos 3, para enviar un fax 4, para expedición 5, para Dirección 6,...
Hola, ¿está Yésica?
Hola, Comisaria 23, habla el sargento Gómez, ¿En qué lo puedo servir?...
...no le importará nada, sólo escuchará lo que nadie más que Ud. escuchará,...
Gracias por utilizar el servicio de llamada gratuita, su llamada esta siendo cursada...
Hola, aprovecho que no estás para decirte lo que no puedo decirte en persona, te amo, chau...
...sino aguarde que será atendido...
Hola, como te va, tenía tantas ganas de escuchar tu voz, no gastés, yo te llamo, cortá, cortá...
...le informa que el celular al que Ud. llama se encuentra apagado o fuera del área de cobertura...
Hola, Carlos, Carlos... Carlos... estás ahí... ¿no? .. bueno, las 20:30, salimos para allá, esperanos...
Si no déjenos un mensaje después de la señal...
Hola, Giménez, los muchachos están un poco nerviosos, tienen ganas de calentar los fierros...
...déjenos su número de tarjeta de crédito y nuestra promotora lo visitará...
Hola Fernanda, ganamos la licitación, ponete las pilas que el lunes empezamos el laburo...
Hola Paula, recién vengo del recital de Luismi, le toqué la mano y me miró a los ojos...
Ud. está comunicado con el centro operativo de Atención Médica de ART del Hospital Italiano...
...y que te enterés en carne propia que le pasó a tu hermano...
Hola, acá no sabemo nada de fas, dejeno de joder kestamo laburando, estamo...
...de tanto dar, me quedé vacío, estoy harto de tanto hambre y soledad, cambio y fuera...
Te comunicaste con 4734-1237, si te gustan las frutillas con crema...
Hola, ¿está Yésica?
...consulte llamando al 110...
...¡ahggg!...
...en un momento será atendido...
...y las noches de luna llena, es posible que no te hayas equivocado de número...
Feliz Cumpleaños Fiera,.. ,¿Cómo?,.¿Que me equivoqué de número?, entonces, feliz día para Ud...
Hola, ¿quien es?...
Hola... hola... hola....

domingo, 26 de octubre de 2008

La sueca

La sueca
I
Astudillo es del montón. Recuerda todavía la época del ¡Joven argentino!
Esa sarta de boludeces hipócritas que se hacía desde la T.V., todavía en blanco y negro. Pero gobernaba la Morsa... o alguno por el estilo, (ya no se acordaba), lo que sí se acordaba de la época de civil era esa parada de la yuta en la esquina de la farmacia, justo cuando estaban discutiendo si había sido penal o no, (tampoco se acordaba de que partido), pelaron las armas largas, pelaron las chapas, pelaron una irónica silla banqueta y los pelaron a todos, máquina eléctrica "a cero" y chau derechos, chau mi papá es médico y chau flequillo beatle y melenita stone. De alguna forma lo marcó, algo le dijo, por acá pasa el mango de la sartén.
Terminó a duras penas el secundario y entró nomás a la Falcón. Sin embargo, fue lo suficientemente inteligente como para no dejarse llevar por el verso "Patria o Bolches", que había ganado como gota sobre la piedra a unos cuantos de sus camaradas. Pero no tanto como para no perder, al cabo, la integridad. Nunca tuvo huevos ni para una, ni para la otra cosa. Lo sabía, nunca le importó. Hizo la suya. Se casó. Al tiempo, su mujer cansada de sus malos tratos lo abandonó. Ni se preguntó a donde, no la amaba ni habían tenido hijos, y quedó sólo como un coyote. Así las cosas, no ascendió durante la represión por blando, ni durante la democracia por el silencio solidario, para no batir a los que en otro tiempo hicieron carne de burlas de él.
Ahora, sabía, que sería su último año y después: ¡el retiro!. A disfrutar de la lancha y la quinta, y alguna que otra reventada. 50 años, 30 de servicio, no está mal.
Lo que le incomodaba era el boludo de ayudante que le habían asignado. Sospechaba que lo espiaba, buscaban pruebas. ¡Minga que las iban a encontrar! Su explicación era razonable. Durante la represión se cobraban 2 o más sobres de acuerdo, no sólo al cargo, sino también por las tareas extras. Desde algún ángulo le convenía, "Obediencia Debida" de por medio, que lo acusaran de represor. Aunque no participó, no por "Derecho y Humano", sino porque vio como estaban todos sacados y un día le iban a poner un caño, no los zurdos sino los suyos.
Lo suyo era más sutil, un oficio tranquilo. Ser cobrador del juez Marquesi, buena comisión, Edictos Policiales, una tenue y holgada gama de delitos menores: Prostitución, juego clandestino, puestos callejeros, tráfico de drogas blandas. Para las tareas, drogas y apretes pesados, había otro equipo y él se abría. Hubiera sido buen embajador, pero era cana.
El SIDA le complicó bastante el trabajo. Las nenas de categoría se asociaron de alguna forma, para lograr seguridad y profilaxis. Dejaron las casas clandestinas, subieron a los departamentos y saunas VIP, codificaron sus encuentros, bajaron los factores de riesgo, algunas evadieron los controles por un tiempo. Pero dejaron la calle a las negritas inexpertas, bajan la tarifa y por ende la comisión, se dejan enchufar por cualquiera en cualquier lado, así que aquel año, aquel fatídico año, se las llevaban en carretilla al Muñiz, y él se las vio mal para terminar de pagar la pileta.
Ahora tiene la cosa encaminada. Los travas y los taxi, traen nuevo aire, nuevas coimas. Hay que dejar un tiempo que los diputados moralistas les devuelvan el negocio que estos putos liberales le quieren quitar. La máxima es más antigua que el imperio romano, cuanto más libertad, menos pecado, menos transgresión y menos cometa.

II

Esa mañana, le asignaron el caso con una risa entre irónica y mordaz: "La Sueca, se cayó desde un piso 10".
Puteó para adentro, se mordió la lengua y tomó el legajo recién compradito que el juez Marquesi le entregaba diciéndole: - Hacete cargo,... pero bien..., hacete cargo, quiero saber quien es el hijo de puta que mea en mi jardín.
La Sueca. La primera vez que la vio, no lo podía creer, una nueva potra en el corral, se dejó seducir y llevar al depto, quería saber más del potencial de esa mina, linda de cara, ojos celeste grandes y algo rasgados, voz suave y sugerente, rubio natural, lindas piernas, buen culo, lindo lomo, tetas pequeñas y firmes, y .... y .... y .. un pene colgando...
Se atragantó con el whisky; él que se jactaba de reconocerlos antes de que doblen la esquina. Se contuvo las ganas de cagarlo a piñas, cuando se dio cuenta del filón que representaba. Cambió la ira, por interés comercial, la lujuria por documentación oral.
La Sueca, salvo un pequeño o gran accidente anatómico según quisiera oír, era mina y podía sacar lo peor de las perversiones, no le hacía asco a nada, lo mismo viejo que joven, pasivo que activo, homo que lesbo. El único defecto que tenía eran el Lexotanil, el Trapax y la marihuana. Astudillo meditaba cuanto tiempo pasaría antes de hacerse pesado. Pero se equivocó. La Sueca era lo suficientemente despierta como para ser seronegativo. Cuando Astudillo acudía a cobrarle la cuota, La Sueca insistía en ofrecerle algún servicio extra. El lo rechazaba, aunque con el tiempo, aceptó algunos presentes indirectos y se salió con la suya, al descubrir el costado voyeur y sádico de Astudillo, que esporádicamente participaba de sus encuentros, y cuando lo sabía ahí, se entregaba a lo más caro de tarifa: ser disciplinado.

III

El oficial inspector Astudillo, llegó un tanto perplejo a su casa. Tenía que idear una estrategia de investigación, tenía dos razones bien valederas para hallar al culpable, Uno, porque a la larga empezó a estimar a la víctima y dos, por su lucro cesante... ¡ah sí, sí!, Sí también porque era su trabajo.
Se armó un cuestionario tentativo que él mismo podía contestar a casi todas las preguntas por NO. La sueca era astuto, cuidadoso, dulce o perverso según el cliente. Nunca había tenido el más mínimo incidente, prefería los tímidos, no rechazaba las mujeres, nunca usaba alcohol y drogas, salvo un religioso brindis con Chandón. No tenía deudas, estaba al día con Marquesi, antes de subir o bajar a trabajar al depto, daba cuentas desde su celular.
¡Que astuto!, Había logrado hacerlo pasar a él, (al turro, botón, corrupto, garca, cafishio, forro y tantos alias como Niñas Contribuyentes) Astudillo, del papel de vividor a protector.
Su pasado era tortuoso, pero no más que la mayoría de los que pesadean la calle, hasta se podría decir que tuvo una infancia y juventud más feliz que la suya. Debutó a los 13 con un compañero de colegio, ya para entonces era lo suficientemente maduro para saber que todo el mundo sabía, a los 16 descubrió que lo que le colgaba en las piernas más que una maldición era otra forma de gozar la vida y paradójica y paralelamente, empezó a vestirse de mina, dejar de forzar la voz para parecer normal, deja de lado las provocaciones histéricas y asume que la sociedad no era su enemiga, sino su mercado. ¡Cuanta más mugre, más guita!
A los 20, cuando Astudillo lo conoce ya era una profesional consumada y experta. Fuera del depto llevaba una vida ordenada, algunas de sus compañeras se disfrazan de hombres depilados, otras a la luz del día no pueden ocultar su sexo natural y su profesión nocturna. La Sueca no. Era sugestivamente lampiño. De día usaba ropa lo suficientemente ambigua como para dubitar los aprestos de tirios y troyanos.
Estudiaba diseño gráfico, para cuarteles de invierno. No tenía pareja. No se metía en despelotes. Rechazaba cuanto podía, casados con conflictos, violentos, despechados. Aún así era un maestro en satisfacer perversiones. No ocultaba a amigos y vecinos sus verdaderas inclinaciones, ni su trabajo. Nadie podría chantajearlo. No seducía, ni alardeaba.
Astudillo que lo creía lo suficientemente vigilado, tomó la resolución de llamar a su ayudante para realizar una inspección ocular. Por la mañana temprano, una típica mañana de invierno. Astudillo llegó con su ayudante, levantó al consigna que supuestamente lo estaba protegiendo y fueron al depto.
La puerta sin forzar, el living ordenado, la cama del dormitorio apenas desecha. Mirada a la cocina, mirada al baño.
Astudillo le pregunta al santurrón del ayudante:
- ¿Observaciones,... novedades?
- ¡Ninguna!, le contesta.
- ¿Cómo ninguna?, ¿Tengo un consigna vigilando, un cuerpo cae del piso 10 y ninguno de mis hombres ve nada? O una de dos, o el asesino está dentro del edificio o mis hombres son unos pelotudos de mierda.
El consigna, que aún sabiendo del carácter del oficial, nunca lo había visto así, ensaya una defensa.
- ¿No se habrá suicidado?
El oficial lo mira, mueve la cabeza a la par que arquea repetidamente las cejas y hace pucheros. Para divertirlo, acosarlo y humillarlo.
- ¿Ninguno acá es loquero, no? Bueno no hace falta, vamos a los años de yuta, que con eso alcanza. Supongamos, supongamos sólo por suponer. 1) El tipo se deprime, entonces puede abandonarse, dormir, no comer, no bañarse... a ver, a ver... el departamento esta limpio, ordenado, brillante... o bien se quiere despedir de este mundo exultante, se prepara, se baña, se pinta, etc., vaya al tocador y dígame que ve, y en que estado.
El consigna, desconcertado, va y enumera:
- Las luces encendidas, un secador enchufado, un cajón abierto, sobre el tocador, un rímel,... cerrado, sombras, una caja abierta con cosas que usan las mujeres, una crema abierta, un lápiz de labios abierto caído en el piso.
Astudillo interrumpe: ¿Tenía los labios pintados el muerto?
- ¡No!
- ¿Qué es lo último que hace o rehace una mujer antes de salir a la selva?
- Nnnno , no sé a que se refiere..
- Los labios hombre, los labios, para salir o estar plena. Aún para entregarse a la muerte. Dígame Ud. nació de un huevo, porque yo que no tuve hermana, mi vieja era una toalla y mi mujer una cara lavada, sé eso... ¡ Ah, je, je, je! Debió ser por eso que se llevaban bien mi vieja y la turra esa.
El consigna y el ayudante ponen cara de nada, y ojos de dos de oro, porque saben que Astudillo necesita razonar a los gritos y el irse por las ramas es su deporte. Pero pronto éste vuelve con su hilo conductor.
- Suposición 2: alguien lo amenaza de muerte, le viene un ataque de pánico y se lanza al vacío. Entonces ¿para qué se va a dejar la puerta abierta, para que se comienza a pintar?
- Suposición 3: Drogas. Supone abandono, incoordinación. ¿Hay algún tipo de desorden o por el estilo? No, no, a este lo tiraron y el que lo tiró era conocido y bien conocido... A ver, a ver...
Astudillo vuelve a la cocina, abre la heladera.
- ¡No hay Chandón!, Grita, ¡no era un cliente!
Se dirige después al ayudante: ¡A ver Bergués!, leamé el informe de autopsia.
- Causa del deceso, estallido de masa encefálica, .... bs.ms.bs.ms... 10 costillas rotas... este... columna quebrada... brazos quebrados...
- No, no más adelante, debe dar una suposición de cómo cayó el cuerpo.
- ...el cuerpo impactó de cabeza, intentó frenarse instintivamente con las manos, gira el tronco, gira y da contra la pared... o sea, dice el informe, dio varias vueltas en el aire...
- O sea, interrumpe Astudillo, sigamos y no es estadística, ni práctica forense, sino suposición mía. Si fuera suicidio se dan mayormente dos casos, caso pasivo, se tira de pies, o decidido se tira bien de cabeza para no tener la sorpresa de sobrevida y dolor físico. Ninguno de los dos, el tipo cae revoleado, ni siquiera que lo tiraron tipo mafia, lo empujaron sorpresivamente, sin que lo esperara, sin que pudiera atinar a agarrarse de nada... alguno lo llevó al balcón... es más... sí, sí... se estaba pintando para salir, ya estaban por salir... el macho lo llama al balcón y el iluso se asoma vaya a saber porqué y lo empujan, como la baranda es baja, cae como una hélice...
Astudillo, cesa su discurso... mira la mesa ratona del living, pregunta a su ayudante, si no falta nada, el consigna contesta por el otro que no, que no saben.
Se guarda una observación y la cambia por un comentario: ¡Que par de pelotudos!
Intenta retirarse, sale al pasillo, pero vuelve, ordena a sus subalternos que bajen que en cinco minutos los alcanza. Volvió a la mesa ratona y recordó vivamente: teléfono, agenda, radiograbador, centro de mesa floral...
El teléfono y el arreglo floral estaban en su lugar, el radiograbador, un aparato inservible que La sueca usaba de amuleto, no ;y la agenda que estaba en código, tampoco.
El oficial llega a planta baja y comenta: - Saben una cosa alguno de nosotros tres va a ir en cana, somos firmes sospechosos del asesinato.
El consigna joven inexperto, para colmo civil, intenta un balbuceo.
- ¡Salgan de mi vista, pelotudos!

IV
Prende un cigarrillo, que tenía olvidado. Intenta por sí mismo, interrogar a posibles testigos.
La kioskera, afirma que no vio nada, pero dijo alegrarse de que esa porquería se muriera, que al que lo mató habría que premiarlo, y que ella ni sabía que esa cosa estaba tan cerca, sino sin ninguna duda la hubiera denunciado. "Se nota que a vos no te dejaba guita", pensó casi moviendo los labios, mientras la miraba con cara de póker, a los ojos.
Unos cuantos se negaron a hablar, y no lo harían así ni ante el jurado. "Que sabrán estos de jurado, mucha televisión, mucho Perry Mason", volvió a pensar.
Un portero, le dijo después de algunas cavilaciones, que creía haberle escuchado algo al florista de la esquina, pero no de ésta... sino de la otra cuadra.
El florista, un gordo abandonado y cincuentón, le da una versión llamativa:
- Esta calle da pa´ todo mire, esa tarde hacía un tornillo bárbaro,... yo estaba por cerrar el puesto, y no sé como, acá, acá nomá´ a dié´ metro, un Fitito se empieza a incendiar, ¡un kilombo!,... la gente empieza a mirar, lo´ coche´ se amontonan, el "pibe miravidrieras" como le decimo´ nosotro´, como si no se supiera que e´ cana o algo parecido, ... ese que siempre anda yirando con campera de cuero... a ver si se cree que por que tenga la´ crine´ larga y arito, no´ va a engrupí´ a nosotro´ que la tenemo´ lunga, la tenemo´....Bue´, a lo 5 minuto´ a ma´ tardar, ¡faaa!, Se cae el trolo y se hace mierda... con un grito que todavía me zumba la oreja, me zumba... yo no sabia si llorar o reír... allá el trolo hecho bosta, acá la mina del auto que gritaba, que el marido la mataba, que alguien la ayude y se agarraba del pendejo, y no lo soltaba, lo agarra de la colita y el pibe no se podía zafá´, al fin se zafa el pendejo, pero para esto habrán pasado, no le miento, fácil fácil 5 minuto, entonce´ el pendejo sale disparado pal edificio y dentra como loco... se ve que hay trolo en todo lado, yo que él hubiera aprovechado y le hubiera puesto una mano a la mina, que estaba pal reviente.... Después, vino un tachero, peló el matafuego y se lo apagó en menos que una escupida... y se puede creer que la mina desapareció... supongo de cagaso que venga el marido...

Astudillo, le agradeció profundamente y le prometió que nunca más lo jodería, ni lo citarían a declarar. El hombre se acomoda el cinto por encima del ombligo, que sin embargo vuelve a caer y se ennoblece de la gallardía de su declaración, como si hubiera salvado a San Martín.
El oficial sabía que siempre hay uno más hijo de puta que uno, y que lo cagaron en la propia cara.
Citó a solas al consigna.
- ¿Cuál era tu misión?
- Vigilar y cuidar a La Sueca.
- ¿Y....?
- Y bueno...
- Y bueno nada. Decime ¿De qué índole era el incendio del auto? Policial, privada, un atentado terrorista, misil ruso...
- Privada.
- ¿Para quién trabajas? Para la policía, los bomberos, Edenor, Charly García, La Nasa.
- No señor, para Ud.
- ¿Que se supone que debe pensar la gente de vos?
- Que soy un pibe de barrio desocupado.
- Bueno si fueras un tipo de barrio, podías acercarte al auto, si tuvieras uniforme debías hacerlo. Pero en tu caso no podías ni debías.
- Sí, señor.
- A ver, contame que hiciste...
- Corrí, cuando me di cuenta que era La sueca, corrí al depto.
- ¿Y..?
- Llego, llamo al ascensor y los tres ascensores estaban trabados en el 8º piso, entonces corro por la escalera, llego sin aire al depto, lo inspecciono, no veo a nadie, salgo. Uno de los ascensores está libre, lo llamo, bajo, la calle todavía está embotellada y no creo poder ver al móvil, entonces voy al teléfono y llamo a la seccional...

V

Astudillo, tenía pocas certezas. El asesino era conocido, le abrió la puerta. No era cliente. Amante tampoco, porque aunque no le conocía afecto, desarrollaba su vida privada lejos, en Mataderos. Si la investigación se le hacia larga. Perdería imagen frente al resto de los abonados. Tenía que jugarse y rápido. Le volvió a la mente la agenda, y un grabador inútil. ¿Para que se los llevaría el asesino? Salvo que... aparte de conocerlo él, nosotros también, pero aparentemente nunca estuvo en el depto... y como no tenía música... el agresor podría llegar a pensar que estaba grabando... Recordaba haberle dicho eso alguna vez, por si alguno lo quisiese chantajear, cosa muy difícil... La sueca no le hizo caso... ¿O sí?
Salió disparado al teléfono. Pidió al juez que un grupo de investigación, de ser posible de otra jurisdicción. Buscaran con paciencia en el depto, un grabador o algo que se le pareciera y por otro lado que el florista, aún rompiendo parcialmente la palabra, le hiciera un identikit de la mujer del auto...
Esa misma tarde, le traen una grabación que se encontraba en un grabador camuflado en un placard, con cintas de 4 pistas de 12hs de duración, y 4 micrófonos escondidos en cada una de las habitaciones: living, dormitorio, baño y cocina. Otra caja con varias cintas rotuladas de distintos días y horas. Luego de ecualizada, filtrada y reeditada, se apresta a escuchar lo que el equipo le deja marcado. La versión de los especialistas era que la cinta se activaba de dos formas: a)cada vez que la sueca franqueaba la puerta con el portero eléctrico y b) Cuando un sonido superaba los 50 decibeles; y sólo se apagaba si puntualmente él mismo lo apagaba por control remoto, al que encontraron después de mucho buscar en un cepillo para el pelo.
“...Se escucha que La Sueca se prepara para salir, mientras espera que alguien sube, se oyen ruidos de televisión... de pronto el timbre de la puerta, una voz femenina que le trae un mensaje, lo trata de vos, la deja pasar, el diálogo que sigue es inteligible... se escucha una puerta que se cierra despacio, desde el canal de sonido del dormitorio y del living de oyen ruidos suaves y rutinarios difíciles de identificar, después de unos minutos un ruido como a puerta corrediza... de pronto gritos de la misma mujer, (no era la voz de La Sueca), que grita, ¡Ay Alberto! Vení... vení... mirá lo que le pasa a ese auto en la esquina... que horror..." se oye la voz de la sueca decir " y ahora que quiere esta boluda" una puerta se abre, un caminar descalzo, " ay abriste todo, se congela el depto" que se pierde un poco... un grito a lo lejos... "puto de mierda" dice la mujer sin fingir la voz muy cerca del micrófono... golpes cercanos... un portazo... carrera...”
A pedido de Astudillo el juez realiza un muestreo de todas las abonadas de su ducado, contrariamente a otras veces, todas demuestran un gran sentido de colaboración.
El juez por simple olfato le comenta:
- El identikit dio negativo, no la conocen, parecen decir la verdad.
- También creo lo mismo, están algo asustadas, juez. Agregó Astudillo
Astudillo volvió sobre 4 preguntas que lo sacaban.
¿Por qué dos mujeres? Estaba seguro que no eran gatos.
¿Por qué se robaron la agenda y el grabador inútil para cualquiera que no fuera La Sueca?
¿Quién se gastaría en incendiar un auto por más viejo o afanado que fuese, sólo para distraer al consigna?
Y finalmente, el consigna, si bien había demostrado poco oficio. Supuestamente sólo sabían de él, él, su ayudante y por supuesto La Sueca. Y el consigna como fin último no sabía porque debía vigilar-protegerlo.
Para evitarse problemas, hacía un largo tiempo, que habían convenido, con el muerto que las drogas pasarían siempre por "aduana", de hecho la requisa al depto no las encontró.

VI
Se le agotaba el tiempo.
Astudillo tenía dos tiempos, uno el policial, que podía o no ser cumplido. Pero el otro, el que Marquesi le marcaba. 2 días más o afuera del negocio. Afuera significaba el retiro con su sueldo de retiro, o si se rebelaba un cuetazo en cualquier momento. El juez no se andaba con vueltas, y ya estaba sintiendo su aliento detrás de la nuca, esperando el tarascón.
Lo llamó a su ayudante, este le puso reparos.
El oficial levantó la voz:
- Me importa un carajo, su franco, su sueño y su novia, venga para acá... y tráigala si quiere... no, mejor tráigala que no quiero demoras...
Media hora después, contrariado pero con disciplina vertical, cae el ayudante...
- Y... ¿Qué me trae?
- Nada, nada nuevo, oficial.
- Mirá esto que está pasando es también culpa tuya, ¿cómo puede ser que hayan relojeado al consigna?
- Nnn, .. No sé, oficial.
- Como no sé, tres días en la calle, un crimen que mañana ya no podremos ocultar a los diarios, y Ud. lo mas campante me dice nada...
De pronto, sorpresivamente, la mujer interviene.
- ¡Eh pare la mano!.. ¿No ve que no sabe nada...?
- Lo único que me faltaba, un cana pollerudo.
- Eh, No señor, que dice, no... la traje porque Ud. mismo me dijo que la trajera, que no me distrajera...
Astudillo, amaga una señal de levantar la sesión, pero reflexiona, hace un silencio, luego sale un momento de la oficina y vuelve.
Le pregunta a su ayudante: ¿Y la cinta?
- ¿ Que cinta?
- A no cierto que Ud. no sabe nada...
Y mirando a la mujer le dice: - Vio que no sabe nada...
Esta lo increpa: - Y que quiere que sepa, que se meta en el bardo que Ud. hace... tanto quilombo por un puto de mierda...
- -Bue, bue, bue... listo vamos, vayan que después lo llamo.
Se apuró a sacarlos de la oficina.
Encendió un cigarrillo, lo fumó con parsimonia, sin dejar de pensar. Se quita el micrófono de la solapa, llama por el interno.
- Sánchez, prepáreme un móvil y vengan Ud. y Silenti con saquito de abrigo.
- ¡He que pasa!, ¿Están afanando un banco?
- Ud. haga y no opine.

VII
Tres minutos más tarde, ya en el móvil, les ordena ir rápido al departamento central. Los dos agentes, se miran, no entienden, pero obedecen. Una hora después el perito le da su opinión.
- Sí, sí, para mi sí. Tiene el mismo timbre de voz, los mismos patrones, parece ser la misma mujer en ambas grabaciones.
Seis horas, 6 largas horas de interrogatorio convencieron al juez, al oficial y psiquiatra que el ayudante, no sabía de lo que se le estaba acusando. Pasaron, entonces al operativo apriete con su novia. Que estaba ya detenida preventivamente en otra dependencia de la seccional.
La mujer era dura, muy dura, no podían encajarla mentalmente con la bonomía de su pareja. Era dura, pero sabían que de alguna forma tenía que aflojar, no existía al parecer método legal para hacerla cantar. El psiquiatra, habla a solas con el juez, sabiendo que Astudillo se estaba preparando, mentalmente, haciendo crujir los nudillos contra las palmas, para un verdadero ablande. El juez se dirige con voz pausada a la mujer:
- Hasta ahora tenemos pruebas bastante firmes, si encontramos a tu cómplice, podemos llegar al grado de premeditación, la forma del crimen es alevosía. Eso son unos 20 años, digamos. Ahora, si te juzgan en oral y público, la presión pública, la hipersensibilidad de las chicas, puede hacer subir la condena digamos a... perpetua. ero, pero, pero... podemos, digamos, tomar tu confesión, sentido de colaboración, arrepentimiento... podemos ser desprolijos y no ver tu arreglo con tu amiga... podríamos...
El juez hace señas al psiquiatra que se retire, y que Astudillo se siente al otro lado y prosigue.
- - Ves en esta mesa, hay tres hijos de puta, yo el primero, Astudillo otro y vos sos una hija de puta, y entre diablos no nos vamos a esconder el tridente. A mí me importa un carajo lo que sentía Alberto Persik, lo que sí me importaba era que era una buena abonada, prolija, cumplidora, nada de bardo, de pronto vos. Vos no me estás quitando sólo un travesti vip, sino que me comprometes al resto de la mercadería. Así que lo vamos a firmar de esta manera. Uno: vos no confesas y yo te hago encerrar 30 años con las machas bravas. Dos: vos confesas y, palabra de hijo de puta, nos hacemos los que no sabemos lo que sabemos... pero como indemnización e intereses, me vas a tener que dar el doble de lo que me daba La Sueca, y es mucha plata, pero... en la cárcel es mas difícil conseguirla. Si querés putarraquear o no, no me interesa, lo que me interesa es el cumplimiento del abono, sólo la plata, bien cumplida todos los, a ver que día podía ser... los 9 de mes. Si se te ocurre, que podés salir y buchonear, pensá 2 cosas, esta causa la puedo hacer prescribir o no, en cinco o 25 años, siempre habrá alguien que se acuerde de La Sueca y, afuera la calle está muy peligrosa, no sabés la de matones que hay... ah, y ahora que te veo un poco mejor, de ves en cuando venite a mis fiestitas, puedo encontrar un plato, fuerte, para vos...

VIII
La mujer se quiebra y empieza su historia.
- Yo al Ruben lo conozco desde hace 10 años más o menos, todavía éramos pendejos y ni ahí de ser novios. Alguien comentó en medio de una resaca, cuando pasaba la yuta. Que las únicas maneras de salir de la villa eran, para el macho hacerse chorro pesado o cana y para las minas hacerse yiro. Si también me podía ser monja, pero para mí esa no va. Cuando el Ruben entró a la escuela para ser cana, ahí nomás me lo transé, si yo me lo transé, porque el boludo es muy tímido, es un buenazo, pero muy boludo. Logramos un encame mas o menos bueno, él me daba vitrola 3 o 4 veces por semana, y el resto me encargaba de conseguírmela yo...
- ¿Cómo? Interrumpe el juez.
- Y juez, soy un mina joven, para mí lo ideal serían dos veces por día, pero el Ruben parece que salió medio seco de huevos...
- Siga...
- Pero un día que salimos, me lo manivelo y el tipo nada... estaba seco como duna del desierto, lo agarré con toda la furia. Y me tomó mal parada. Yo volvía de un viajecito con una amiga y fueron 7 días de hambre. A partir de ahí no le perdí pisada. Entonces me entero que se veía, no sabía para que, con el marica este. Me las ingenio para encontrarme con el tipo, para saber nomás que pasaba, arreglo un encuentro. Al toque que llego me empieza a preguntar, que quería ser, si lesbo o hembra... yo, sí que sabía lo que me preguntaba, pero como lo que quería era obtener información, le dije que no sabía de que hablaba, que era mi primera vez, que me hiciera de todo. Me comenta algo sobre el valor de cada sesión y le digo que sí. Me dio 8 sesiones esa misma noche, pero sesiones de verdad, me hizo cosas y me hizo hacer cosas que ningún macho de puerto me hizo, que si me las hubiera nombrado le hubiera clavado una aguja de tejer en un ojo, yo nunca me dejé gobernar por ningún hombre y este marica con corpiño y portaliga, me desarmó. Fue la primera vez en la vida que quedé satisfecha de verdad, salí loca y sin un mango, un turro vestido de mina, me hizo gozar, desear, arder, doler, suplicar, hasta la locura, me mimó y me castigó, me besó y me violó, me arrullo y lastimó... y se quedó con toda mi guita, encima si yo hubiera tenido más guita, me daba más y más.
- No pude esperar más que una semana. La soñaba y lo soñaba, tenía pesadillas, me despertaba confundida, no sabía si era mujer, si era torti, pero no, si me la hizo comer de todas las formas,... pero no, un tipo con tanga, un asqueroso marica que me besaba como macho y cuando me abandonaba, se hacía la mina y yo me la creía que estaba besando a otra mina, no aguanté más... Entonces pedí guita prestada, pero esta vez fui más directa, yo quería saber que pasaba entre él y el Ruben, quien era el pasivo. Busqué la vuelta para decirle que lo había fichado, que no sabía quien era, y otras boludeces, pero se las creyó. Se rió y me dijo que nada que ver, que por su lado no tenía ningún problema en dar o recibir. Pero que el tipo le tenía asco a los homos, y la novia lo tenía marcado y agotado, que nunca quedaba satisfecha.
- Lo hubiera matado ahí mismo, pero en lugar de gritar saco la plata de la cartera, y me dejó seca y sin ganas de joder por varios días, otra vez me jodió por donde, como y tanto como a cualquiera se le hubiera ocurrido, y encima no le pasaba nada con el Ruben.
- El Ruben no entendía nada, que le iba a explicar si es bruto y boludo, empecé a vender cosas. ¿Vio? Como les pasa a los drogadictos. Vendí el auto, que me había costado tres años de cuotas. Al Ruben le versié que tenía que mandarle guita a mi abuela enferma en Catamarca, lo único cierto era que si tenía una abuela en Catamarca, pero más sana que un roble. Entonces se me ocurrió que la Gladys que era amiga de fierro, y se había juntado con un viejo empresario, podía prestarme y de paso cañazo. Ella también pasó, disfrutó como yegua, pero no quedó tan loca como yo.
- Un día me presento sin guita, y me dice, suelta, suelto, de cuerpo que lo suyo era profesional, nada personal, como si yo en lugar de la mina polenta que soy, fuese un viejo o una vieja arrugada, me enojo y me dice: "Vas a perder a Rubén, es un buen chico"
- El hijo de puta sabía quién era y de donde venía yo, y no me dijo nada. Así que me fui humillada y caliente, caliente en todas las formas. Pensé en la forma de recuperarlo y hasta fantaseé tenerlo para mí sola, me agarraban los celos de pensar que algún viejo de mierda lo tocaba o lo besaba. Hasta que un día, cansada de pajearme frenética e inútilmente, me dije: "O mío o de nadie". Maquiné un plan, lo llamé por teléfono, le dije que lo quería pasar a saludar, pues me iba de viaje, me dice que no espera a nadie, que estaba en el depto descansando, que iba a salir con un chico... "pero sin sexo viste", como si se burlara.
- Subo hasta el octavo... bah, el resto ya lo sabe, mi amiga no sabe que yo pensaba matarlo, le metí otro verso.

IX

Marquesi supo de inmediato lo buena laburante que era La Sueca y a decir verdad la única víctima real de todo el caso era el novio de la asesina.
La causa fue al freezer. Marquesi la mantuvo un año de abonada, cumplía su parte pero mucho bardo, muchos clientes gratuitos, demasiado sexo grupal. Una mina así es más peligrosa que una drogona. Pensó primero en borrarla, meterla en un tanque y al riachuelo, pero, después de tenerla presa en su fortaleza para fiestas bravas un par de meses, sólo la exilió lejos de su zona. Y como pragmático que era, dio por perdido y terminado el abono. Aunque no se podía quejar de sus chicas, ninguno sería igual que La Sueca.
Tuvo noticias, Astudillo, que se fue a vivir con su abuela a Catamarca.

-Pobres los guanacos"; pensó.

Sobre Roto

Pudo haberle dicho simplemente adiós. Pero era una palabra imposible en el diccionario de las hadas.
No es lo mismo – pensó – una niebla que una tormenta.
Él sabía de los ojos silenciosos que caminaban las paredes de las catedrales. Sabía que ella no llegaba a la oficina por las puertas giratorias, ni marcaba tarjeta, sino que se aparecía a través de los balcones. Que ella se perfumaba de una rosa distinta cada día, sólo para verlo pasar.
Decirle “Adios”, sin haberle dicho “Bienvenida”, no parecía una palabra adecuada para conjugar en una letanía de lágrimas.
Entonces ensayó aproximaciones. Como quien acostumbra la rodilla al esfuerzo de la montaña. No eran la única forma de decir adiós, pero como no eran suyas las podría recitar, como quien mira las profundas cavernas de Yorik, mientras el apuntador fuma su cigarrillo ciego.
Meditó en la angustia desmedida que le provocaban los labios que él nunca había deseado besar, maldiciendo las trazas genéticas de las palabras. Cosas extrañas que fluyen en los vientos de las cavernas congeladas. En la circunstancia de no verse nunca más.
Aquella mañana entró despacio. Subió los espejos de cera. Golpeó la puerta. Escuchó: “Adelante”. Giró el bronce. Chirrió la bisagra. Vio su rostro iluminado por la negación de un cálculo. Ella alzó los ojos lila. Y él, que nunca había penado por su sonrisa sintió una rebeldía de calandrias caminándole la garganta con sus patas haciendo nidos en la lengua. Tomo el aire perfumado por un jazmín, una menta indefinida y un ajeno pucho apagado. Miró la junta mal acabada entre dos mosaicos. Pasó la punta del zapato para ver si era una mancha. Dejó de pensar en el sobre vacío que quedó clavado por el abrecartas en la puerta del ropero, y comenzó con la primer mentira.
¿Puedo sacar una fotocopia? Dijo. Como si fuera el chico cadete de ojos azules que había entrado la semana pasada.
Ella permaneció en silencio de éxtasis, mirándolo como cuando el príncipe pide agua para su caballo. Se tragó sin querer el chicle. Se levantó, cayéndosele de nuca la silla por el peso de un paraguas. Se le enganchó la pulsera al espiral del cuaderno.
Pretendió decir: “Por supuesto, ya está encendida. ¿Sabés usarla?”; cuando en realidad pensaba: “Pero claro, mi Señor, el aljibe es todo tuyo”, por lo que en realidad dijo: “Veo luces en el fondo del foso”.
Él no pudo entender, después de todos esos años, como era posible que una cintura escapada le prohibieron la belleza de esos ojos. Pensó en tantas modelos de almanaque de piel exacta, que se dibujan los ojos para ocultar alcoholes, que nunca habían aprendido a usar su diestra lengua para hablar, que tenía que despegar de su sábana como panqueque quemado. Y ninguna, jamás, le había entregado esa mirada de miel.
Ella pensó, ¿que habrá ocurrido en palacio que las cortesanas permitieron que la capa azul bajara al valle, con la boca sedienta, en busca del agua de una aldeana.
Él apoyó la hoja sobre el cristal, bajó la tapa plástica, pulso el botón. Una luz lateral le escaneaba la camisa blanca, descubriendo un rojo hilo agónico que descendía de la corbata. Y sin mirarla, le dijo: “Este fin de semana salgo de vacaciones. Me voy pescar con un amigo”.
Él puso punto final a la oración pero ella escuchó tres puntos, se quedó suspensa del hilo de la araña esperando que la completara con “¿...querés venir?”. Sin embargo él no lo dijo, sino que la miró serio esperando la primer respuesta.
“Ah... a... así... que suerte... –contestó ella, confundiéndosele las películas - los arroyos de mi valle están poblados de pejerreyes y mis playas cubiertas de gaviotas...”
Él sintió que el ombligo se le partía. Se tentó a entregarle una fotocopia. Pero se le clavaron arpones en la espalda, un viento de sangre salpicó de arena la agenda de madera. La miró a las manos, le cruzó la boca de verdes y se arrojó por las escaleras en busca de oxigeno.
La primer mentira había fallado.
Volvió a su casa, releyendo una y otra vez el renglón 14. No supo porque las suaves cascadas de los sauces que acariciaban hasta ayer las ventanillas del interno 23, le parecían hoy uñas de hiena queriendo abrirle el pecho.
Se preguntó una y otra vez, fingiendo la voz delante del espejo: “A que tantas consideraciones con esta mina, ¿Quien es, al fin y al cabo?. Solo una mujer que me ama en silencio. Simple. Nada más. Ni siquiera tengo caña de pescar.”
Recordaba la filosofía de servilleta de su amigo. Ese que sí sabía pescar. Ese que vivió abrazado a su gorda durante 30 años. Ese al que le bastaban las mantas, los mates y los sanguches de milanesa que su negra le hacía. Ese que jamás habría dicho "me voy", sino "¿que te parece si vamos?". Ese amigo una vez, hacía mucho tiempo, cuando aún “la gorda” era “mi negrita”, le dijo:.
“Mirá que debe ser jodido tener alguien que te quiera, he. Jodido no poder compartir con la otra parte la misma mirada. Creo que eso es peor que lo que te está pasando”.
Como corresponde, lo puteó soberanamente. Él le estaba confesando su amor no correspondido por Mariana y el otro contestando con espejos. Tardó años en saber como crece la sabiduría al costado de los juncos.
Mentira numero dos.
Lo más difícil era buscar una excusa. Le habían arreglado la fotocopiadora. Música de Mozart. Eso, música de Mozart. Le robó, con permiso de ojos, un sobre a la recepcionista.
El ascensor tardaba en llegar al séptimo cielo. Huelga de querubines según parece. Abrió la puerta. Señales de alarmas rojas convierten los mosaicos en piedras informes con yuyos de alpiste, combatiendo por la gota de agua a la avena de los carruajes. Quitó una antorcha para espantar tres dragones, entró a la celda donde permanecía encadenada la bruja de la ciénaga, quien no advirtió su espada, ni su sello, pues estaba graznando a través de un cuerno. Problemas de comarcas. Arrojó el cuerno contra la bola de cristal.
“Me parece que rompiste el teléfono” Le dijo él.
“¡Ay, hijos adolescentes!... ¡hijos adolescentes...!” Contestó ella.
Fue el momento en que lo reconoció. Las varas mágicas se desplegaron para convertir la bruja represora en un hada de calabaza, vestida de uniforme reglamentario con la tarjeta de identificación prendida al revés.
“Abajo, como sabían que subía, me dieron esto” Mintió él.
“Así... claro... tenés un pelo en el cuello de la camisa... ah, si el Mozarteum... linda gente... dejame que te lo saque... trae entradas para el próximo jueves... ¿serán platea o paraíso?... No, sin duda paraíso, los ángeles hacen sonar sus trompas... ¿Los ángeles también tendrán ojos verdes?... ahhhh... volvamos toquemos tierra... gracias mi ángel mensajero...”
Ella se quedó con las ganas de tener un pelo entre los dedos. El nunca le había escuchado tantas palabras juntas. El sol de la mañana cambiaba de columna mientras los globos aerostáticos levitaban sobre el piso 7 de las espejadas ventanas de la multinacional. Mientras Mozart seguía encerrado en el celofán sin haber pasado de manos.
Ella pronunció el conjuro reanimador: ¿Me querías decir algo?
“No, nada – dijo él - recién vengo de verlo al jony. Parece que me trasladan a New Jersey”
“Ah... ¡qué suerte... que sss suerte! –balbuceó ella-... van a... van a... ay, perdón... es que estoy con alergia... hay días en los que respirar se hace tan difícil... disculpame... debo… dejarte... dejame la revista sobre el escritorio...”
Él se quedó con la mentira a medio decir. Bajó las lagunas, saltando las piedras. Esquivando los cascos de los caballos y las furias de los jabalís. Él que había intercambiado pieles con tantas serpientes. Que había consumido los vientres fríos de tantas arañas. Él, el zorro, el halcón, el padrillo, que siempre volvía en mañanas de ansiolíticos a su piel verde y su charco mugroso, sólo era príncipe es esa aldea de 9 metros cuadrados.
Segundo intento fallido.

El renglón catorce no decía nada especial. Sólo hablaba del adiós. A él no le importaba demasiado. Pero sabía que a ella sí. Quizá fuese una muestra de su propia crueldad, consigo mismo, con el mundo, con ella. Para que empecinarse con un adiós que le dolería. Quizá para dejar un pañuelo en la dársena.
Tercer mentira.
Estaba decidido, subiría a esa maldita oficina y lo diría. Empujó el vidrio con tanta fuerza que casi vuelve a la vereda. No escuchó al nuevo guardia que le exigía la tarjeta de identificación. Pasó furiosamente la tarjeta magnética varias veces y la puerta del ascensor no se abría.
“Es que está al revés…” - escuchó.
El ojo del dinosaurio se abrió. Un vórtice los precipitó al abismo ingrávido, donde reposaban las babas de algún dios sobre la letra vencida de un tanque de combustible sólido de CCCP. Ella le chocó el vidrio de su escafandra, en su lejanía de piel levitada. Le pudo ver la etiqueta de vapores congelados, a través de los tubos de animación suspendida. Tomó una piel de mamut para limpiarle la niebla de los ojos. Se calentó los dedos de amianto en un volcán que pasaba y quiso alimentarle el corazón. Solos, en ese espacio metálico. Hasta que ella alzó su vista de Jedi, expulsó una manada de Triceratops en celo con una piedra de Júpiter. Para poder contemplarlo, horadarlo, adorarlo. Y él no pudo defenderse. La fuerza de la magia salía de ella con cada parpadeo. Primero estallaron los cristales, la nuca y el aluminio. Se destrozaban los abrojos, los cierres, las cápsulas, las roscas, disipándose de ácidos hacia las rocas levógiras. Hasta quedarle la piel mansamente pulcra y reverenciada. El aún tenía el poder de cortar los hilos de plata, pero no lo hizo. Ella permanecía despojada de su piel y él podía ver, sin embargo, que le brotaba ambrosia de la boca y no vapores de la hendidura. Meditó sin respirar, hasta que sacó su Láser
“Me voy a vivir con Miriam” Dijo él, esperando un choque de planetas.
“Ah - dijo ella, mientras se abría la puerta del ascensor - este es tu piso. Buenos días”
Cruzó el umbral y quedó a la deriva entre las dunas, con la boca seca, y el sol apuntándole a los ojos. Si al menos tuviera la dicha de ser asaltado por los beduinos, para ser enterrado vivo, luego de cortarle las manos, la lengua y ser sodomizado. Esas manos que no tenían ningún deseo de Miriam, esa lengua sin ambrosia que contaba mentiras inútiles, ese cuerpo fálico que nunca había entendido hasta ahora el poder de los seres etéreos. Y ese sol, sí, ¡ya va!, ¡ya va!

Esa noche mientras ESPN dividía pantallas. Él volvió a su deporte de estudiante. Cuando sus retinas pedían pausa de estructuras, de puentes ajenos, de cálculos de factibilidades, de tensores parabólicos, tomaba su caja de dardos alados. Encendía la radio. Dejaba que el chabón hablara boludeces y apuntaba al centro. Cosas que le pasan a uno. Decidir un día del poder del centro. Que el mundo es tan frágil como el corcho. Que una idea puede ser ese misil aguja, perforando los cráneos de los ineptos. Que las pieles femeninas no son mas que cartón corrugado, aptas sólo para ser arrugadas, rotas. Sus centros dulces sólo aptos para ser perforados de puñales para que entreguen azúcares de higos.
Y estar equivocado.
Como el equivocarse al doblar una esquina. Y entrar en callejones donde las agujas convierten a los niños en topos. Que las niñitas te ofrezcan una estampita numerada o sexo a cambio de un pancho. Que el viejo mendigo, borracho de alcoholes y pegamentos, abrochando su camisa hedionda y rota, no sabe como espantar las moscas de sus piernas podridas. Que Dios no pasó por aquí.
Será por eso que el dardo rojo pegaba una y otra vez sobre el membrete verde del sobre blanco vacío.
¡A quien carajo le importa!


No se pudo despedir.
Aún le quedaban media docena de mentiras. Pero el renglón 14 era demasiado explícito.
Tuvo que cambiar de edificio. Cambió su exclusivo traje de pana escocesa por el celeste ambo con un bordado en el bolsillo. Y a casi nadie le importó. La negra viuda de un pescador filósofo le traía milanesas de contrabando. “Son muchas”, le decía él. La negra siempre le contestaba: “Son para llevar”
Aquella tarde en que entraría en coma. Pudo ver un ángel que le soplaba dentro de los pulmones. Le cortaba las gomas de buzo agónico. Los ángeles nunca lloran, sólo aman. Le pasaba nubes para limpiarle los pecados de los ojos verdes. Recogía los cabellos de cobalto en una caja. Levantaba la sábana para besar el pecho de ese cuerpo que tan blancamente había deseado. Las torpes manos de la enfermera que inyectaban ampolla tras ampolla en el plástico del suero, ignoraban que estos amantes nunca habían conocido los gozos de las penetraciones.
Y ella que lo amaba sin la nostalgia de los orgasmos. Le cerró los ojos con sus mágicos dedos. Le impregnó la frente de ambrosía. Le abrigo el pecho con sus pechos. Al fin fue suyo.

Cierto a quien le importaba lo que pudiera decir del adiós el renglón 14.

Simetría

No es la vida tan simétrica como pretendés tozudamente, infundir a ese diseño. Hace días que te veo, atiborrada de café y despeinada, tratando de encontrar un punto de escape de los vientos del este entre las torres. Para mi dos tontas torres enfrentadas como dos amantes embelesados, aunque hoy mas bien, parecen suegra y nuera.

Mirá los puños de tu camisa, siempre impecables, manchados de negros y sepias. Es como si hubieras descubierto un mapa del Dorado. Sólo sueños y frustración.
No es demanda lo sabés. Aun cuando sepa que cuando logres entregarlas y tendré que salir por esa puerta.

No simetriza un tonto músico de bar, con la exitosa arquitecta que pudo quebrar la dicotomía espacio o naturaleza.
Aunque quizá debas prestarme un poco de atención, si siguieras atentamente mis melodías, te darías cuenta que la belleza no es sólo simetría, ni duplicados, ni fotocopias. ¿Dónde está la simetría en Mozart o en el Río de la Plata? Uno tiene sus orillas, una con pibes, la otra con botijas, el otro llenó de arreglos y guirnaldas, donde a nadie le importaba.

La simetría sólo es íntima, interior, cercana, sensible.Cierto que no es lo mismo Mozart con un solo oído, como no es lo mismo ver caer la espuma de champú de sólo uno de tus pechos. Que no es lo mismo mirarte con un solo ojo que al amparo de la luna.

Hacele caso a tu mano izquierda, que siempre está quitándote los mechones rubios que ocultan el valle de tus dos simétricos ojos, ella no se angustia de no dibujar, ni trazar como su hermana, porque sabe que en la redención de sábanas, sabrá buscar éxtasis y clavarse en mi espalda, tan sabia y mágicamente como su simétrica.
O como esa taza de café abandonada que no le importa ser la única sobreviviente de tus codos torpes, ella disfruta darte calor. Como yo, que sé, que mañana tendré que salir por es puerta impar y poco simétrica, para no frenar tu vuelo.

Si al menos me hablaras, si al menos te distrajeras un minuto, reconocerías que el viento no se escapa por un punto de fuga, como si fuera un punto imaginario del infinito. Las cosas tienen su orden y su desorden, un punto de energía y menor esfuerzo, su Cosmos y su Caos. Sus sonidos y sus silencios, su hembra y su macho. Su vela y su timón.

Como mis barriletes infantiles, siempre enormes y vistosos que nunca volaban, porque no les dejaba lugar para la fragilidad, y un barrilete es eso, una fragilidad de ángeles que necesita, sin embargo, un punto de amarre.

No. En realidad, esas torres son como mis pesadas zapatillas diarias, que nunca me saco, que están siempre dispuestas a la carrera, o la abulia, la huída cobarde o la defensa heroica. Están siempre allí, abajo, en mis pies, hasta que, de tanto estar allí, me olvido de ellas y sólo cargan mis decepciones. Y suele ocurrir que cuando ando de ceremonia detrás de mi oboe, mi piano o mi violonchello, con cuellos duros y zapatos lustrados, me acuerdo de las dulces melodías de Vivaldi, los riffs de Blackmore y mis viejas zapatillas gastadas. Es allí, cuando descubro sus cordones desatados y su cuero desgajado.

¿Que tiene de simétrico el Aconcagua? Que es gloria y tumba de sus retadores. O los frisos del Partenón o las manos de Altamira. En realidad creo que es todo un arbitrio. Un absurdo protocolo. Como las vocales y las consonante, rojo y verde, pentagrama y clave de sol, los vinos blancos y el pescado, el saco y la corbata, fronteras y banderas, el afeitarse cada mañana. ¡Quién se libraría de ellos!

Pero no. Vos no. ¡La simetría es belleza! Repetís. Y yo no lo creo.

A mí me parece tan dulce tu mejilla roja y marcada de almohada, como tu otro ojo que se fuerza por abrir. Me seduce menos tu trajecito de pana, que tus medias caídas de bostezo. No me dice nada tu rush caoba y me fascina tu lencería arrugada, de recién despierta.
Nuestras tazas de café con leche, son tan distintas y sin embargo, tienen la loza cuarteada de cientos de amaneceres. Ellas son el Caos como tus piernas son el Cosmos.

Ahora temo seguir mañana aquí.
Porque tu triunfo será mi adiós. Y mañana me gustaría pasar, en verdad, por las lajas octogonales de las torres gemelas en arco, que reverberan las aguas ocres de un Paraná cansado, y me sentaría justo entre medio de ellas, a la sombra del sauce que preservaste, y miraría hacia el nornordeste o al sudsudoeste y no sabría en los duros mediodías de enero hacia donde apunta la brújula, porque los pasillos trapeciales terminarán en simétricas orlas de mármol. Sin embargo, yo, y sólo yo, conoceré una trampa, como la palabra secreta que nos arroja a las camas gemelas. Sé que sólo en una de ellas, casi desapercibida, como si fuera una firma del Bosco, escribirás tu nombre, Analía Martínez, Arquitecta U.B.A. Entonces no serán simétricas, porque sé que tu mano izquierda no sabe dibujar o escribir en espejo, aunque sepa cosas mejores, y yo podré, a pesar de tu esfuerzo, distinguir la diestra de la siniestra.

En cambio si mañana sigo aquí. Será al lado de la que no pudo ser la gran o la primera mujer del diseño ecológico. Y no creo que por falta de méritos, sino porque te evaluarán hombres de saco y corbata, que sólo comen pescado con vino blanco, y se afeitan y se manicuran todas las mañanas. Y quizá ellos escondan tus torres, como las Nereidas de Lola Mora, o exhiban tu fracaso como la cabeza del Chacho Peñaloza.

¿Y que me va a quedar a mí, tu aprobador? Ver como nacen una a una las arrugas de tus párpados y crecen las venas de tus sienes. Y me repetirás, en cada orgasmo, no tu expiración de éxtasis, sino que buscarás por donde se escapa el viento, entre los cristales espejados de tus torres doradas.

Me voy a quedar aquí sentado. Como señal de protesta. No voy a hacer zapping para matar los minutos. Te voy a contemplar la cintura cansada de taburete, escuchar una y otra vez los sonidos de tu cuello contracturado, oler el histérico humo de tu cigarrillo mal fumado. No voy a gustar tus dedos sabor a Pizzini, ni tocar, aunque me muera, tus codos hartos del filo del tablero.

Te voy a proponer simplemente que te rías de mí. Juguemos por un rato a la simetría de los apareamientos, la asimetría de la soledad y la antisimetría de las traiciones. Digo que, en lugar de hacer torres simétricas, las hagas antisimétricas. Que si una tenga proa al viento, la otra sea de popa, que si una tenga cocheras al norte, la otra las tenga al sur, que si una recibe al sol, la otra lo despida. Entonces cuando el viento charrua venga, la izquierda lo corte, una parte siga hacia el Hernandarias y la otra, entre los pasillos compartidos, acaricie las hojas del sauce y luego, en una espiral voluptuosa, se junte por la derecha y empujen limo y naranjales.

Por fin veo elevar tus ojos de mar del gris metálico del papel de plano y esbozarme una sonrisa, algo ocurrió. No puedo saber que, si una luz de inspiración fluorescente o deseos de entregarme tus hombros y tus caderas. En algo te veo feliz, no sé si son ojos de As de Espada o si recordaste que te amo. Si vas a firmar al pie o me vas a arrojar la camisola a la cara. O quizá ambas cosas.

¡Caramba! Acabo de recordar que no compré esas copas que querías para brindar, en cuanto termines. Mi negación es más fuerte.
Hoy quisiera tenerte. Porque mañana, amor, no estaré.

Ojos Verdes

Bajé del tren apurado. Me acomodé el piloto gris. Apreté firme la manija del ataché. Crucé el atestado e inmenso patio. Miré los relojes de pared, ninguno me respondió. Tuve que levantar, incomodo, la muñeca, 19:23 me contestó el Seiko. La tarde caía sobre esa fastuosa construcción de autopista.
Salí por la entrada de Hornos. Bajé a la dársena de taxis. Hacía mucho frío. (La estación de Constitución siempre me da frío. Recuerdos. La Bagley. Casa Cuna, el hijo que no pudo vivir, las culpas, el adiós de María, la soledad ).
Levanto la mano para llamar un taxi. Un pie descalzo se me adelanta. Una mano sucia abre la puerta por mi y me tira de la manga. Cabeza rapada. Campera de jogging azul, pantalón corto y unos ojos verdes que no le pertenecían.
El tachero, estiraba el cuello, sin entender mi perplejidad y me sobraba con la mirada.

- ¡Pará, boludo!, le dije.

Me cagó, porque puso primera y se fue gritándome socarronamente algo así como si vivía en un frasco de mermelada.

No pude evitar seguir la larga costura. aún rosa y escárica, que le adornaba la pantorrilla izquierda desde el tobillo hasta la rodilla. Se apretaba las solapas, con el puño izquierdo y con la derecha me urgía (No se si juega con una moneda imaginaria o me dice dale pelotudo).

Sus ojos verdes mas fríos que la tarde y su chicle insolente me asustaron. Soltó la campera para rascarse la cicatriz y vi sus incipientes, desnudos y escondidos pechos de mujercita.

Me sacó del letargo el ulular de un patrullero, y tres tiras que venían.
Ojos verdes, mostró el zigzag de sus pies desnudos- Su cintura, mas elástica, se escurrió entre la mano libre del botonazo que jugaba con la cremallera de su Itaka. La barriga del rati, un borbotón de sopa rancia y su enorme sisa pudo menos.
Atino a protegerla, no se porque, debajo del piloto, a pesar de que un sudor frío me cruza la columna, la taquicardia me ataca y las rodillas no me sostienen. Ojos Verdes, gélida, indolente, aprovecha el segundo de duda y se pone fuera de su alcance y le hace un corte de manga desde el playón frente a Caseros.

Levanté el índice instintivamente, como reclamando inmunidad diplomática, para protestar el desproporcionado atropello, cuando observé que sus capturas eran sólo tres chiquitas preadolescentes, de sucias polleras. El dedo me lo llevé para acomodarme los lentes, cuando escuché el sonido retráctil del seguro de un arma automática que no conocía. (Antes que me lo hagan poner en otro lado).

Los pendejos, seguían su tarea sin inmutarse por el desbande aterrado de sus compañeras. Los forros azules, bordaron el asfalto con chirrido de gomas. Quedé con la boca abierta, en medio de Hornos.

Ojos verdes, reaparece, me mira, me estudia y me dice:

- Se va a divertir esta noche la botonera, .... ¡lástima a la Vivi la junaba!.

De sus enormes ojos de hielo, cayeron lágrimas sin sollozos, sin llanto. Se limpió, los ojos y los mocos con la manga.

Me vuelve a mirar, como perro que vuelve a su hueso luego de la pelea:

- ¿Me dás...?

Obligado, en forma refleja, meto la mano en el bolsillo del pantalón, saco y le doy un billete de 10 australes.




Bajé del tren apurado, me acomodé el piloto azul, apreté la manija del ataché. Hace frío. Me quedé sin cambio para el taxi. Crucé Brasil. Crucé Juan de Garay, para tomar el diferencial. Las 23:18. Vuelvo a sacar el celular, para saber como están en casa. Estoy llegando a Lima, un ulular de sirenas. No me deja escuchar. ¡Todo bien gracias!

Alzo la vista buscando la parada, y una potra de cuidado pelo azabache, piel trigueña, un contorno inquietante, enfundada en un glamoroso gamulán, una cara pollera de pana. Me mira, se pasa la lengua por el labio superior, rojo como una frutilla. Me inquieto, me asusto (Quizá debería, tendría, podría preguntarle cuanto) Pero me gana de mano.
Sin dejar de mascar chicle, me dice:

-¿Todavía tenés el piloto gris?

Y no me deja de mirar con sus enormes Ojos Verdes.

De Raiz

Denso humo en el anden. A medida que se acercaba, las figuras fantasmales se convertían, primero en maniquíes y luego en personas. Eran tantas y tan diferentes. No conocía a nadie, no sabía sus nombres. Pero les podía adivinar el pasado y el futuro con sólo mirarles la cabeza. No, por cierto, la cabeza sola no le alcanzaba, necesitaba más información. Los brazos, a veces, también. Estas dos adolescentes que se acercan, por ejemplo, pelo violeta y rojo, gel riguroso y rapado de nuca, tatuaje de calaveras en el brazo, fumando y haciendo del pucho luciérnagas. Secundario y padres separados.

Señor algo gordo. No le abrocha el botón del saco, cabeza calva; y el pelo, en corona, engominado. Jefe de sección de alguna vieja y anquilosada empresa. La mano derecha siempre en la cintura, señal de clara lumbalgia permanente. Esclavo de una silla de escritorio. No se lleva en ningún momento las manos a la cara, señal de que no le importa. Ya se afeitó, ya se vio, suficiente. Ni luz en la oficina tiene.

¡Ah!, ¡Ah!. Ahí viene, la cabeza a un lado, luego al otro, se la agarra con las dos manos, se despeina aún más. Se pueden ver los piojos saltar hacia todos lados. La barba tiene abrojados restos del cartón que usó de frazada. Escupe cada dos pasos y grita los nombres de políticos que hace rato están muertos.

Paró el tren. Antes de subir, el patovica, gordo, infinitamente alto, dentro de su campera tres números más chica, una mano en la nuca y la otra en la macana. Se ve que su postura de gallito tres números más grande, le afecta las cervicales.
Adentro. El travesti mal afeitado, pésimamente teñido, le hace caritas, con el mentón apoyado en la palma derecha, y los codos sobre los muslos bamboleantes; tratando de insinuar lo que no tiene o esconder lo que le sobra. Patético. Más allá, otros pintorescos, llamativos, simpáticos, hasta deseables.

Volvió a su yo. Reabrió un ojo, para certificarse que, efectivamente, estaba en el vagón equivocado. O no, quien sabe. Se volvió a dormir. Despertó en Palermo por el ruido histriónicamente gallináceo de los personajes que salían a escena. También bajó.

Se acercó a un letrero luminoso con un afiche sólo apto para paidófilos. Se colocó los guantes. Sacó la tarjeta con la dirección escrita en el reverso. Volvió a meter la mano en el bolsillo de la campera para tantear las llaves. Rozó la cinta adhesiva con la indicada. Caminó las 7 cuadras estirándose con las palmas la cara y peinándose con los dedos, alternando de una a otra su pesado portafolios como un badajo.

Llegó. Se paró frente al blindex oscuro. Pasó la tarjeta por la ranura, se abrió. Caminó hasta el ascensor, el guardia de seguridad, luego de inspeccionar y corroborar su tarjeta, le hizo un respetuoso saludo. Nunca antes había estado allí, pero no se turbó. Mientras el ascensor subía, se explotó un granito de la mejilla izquierda. Ensayó una sonrisa. Se abrió la puerta. Caminó los ocho metros de alfombra de pelo largo natural. Usó la llave de doce puntos sin cinta. Se abrió la primer puerta. Entró al cubículo espejado que repetía su imagen hasta los cuatro infinitos. Empujó el cristal. La segunda puerta, la segunda llave. Silencio. Entró directamente al dormitorio.

Él estaba sentado en la cama, con un habano en la mano izquierda y una copa de champagne en la otra.

- Hola, ¿Sos Lorena?. Le dijo mientras hacía anillos de humo.

- Sí. Vengo a darle lo que Ud. ha pedido.

- ¡A que bien!. Le dijo, mientras cambiaba de posición gateando, arrastrando la panza, y los flácidos brazos por sobre el fino raso, dejando las manos y la cabeza a medio colgar del borde de la cama. Pudo ver su cuerpo aún joven, a pesar de los años que denunciaba su documento. Se podía percibir un pasado de buena y tranquila vida.

- Eso facilita el trabajo, dijo Lorena.

- ¿Sí?. ¡Comenzá pronto! Que estoy muy excitado y ansioso.

Lorena apoyó el portafolio sobre la mesa ratona. Lo abrió. Le miró el pelo raleado, el rostro pálido y huesudo.

Sacó, rápidamente, la Chimitarra. Estiró los brazos y sin respirar, le cortó la cabeza, que cayó secamente sobre la alfombra, seguida de una cascada de sangre. Corte limpio entre la cuarta y quinta cervical.

Llamó por el interno. Se tomó el resto de la copa de champagne que había quedado sobre el bar. Todavía tenía la tibieza de las manos de ese cuerpo que estaba dejando de contorsionarse.

Esperó cinco minutos. Se abrió la otra puerta. Se acercó un hombre joven.

- Mi viejo fue un gran tipo, es un honor conocerte. Este cheque es una paga extra. El resto estará como él lo ha convenido.
Lorena comenzó a alejarse y pudo escuchar, finalmente, el llanto contenido.

No se dejó inmutar.

No era ella quien lo denominaba Eutanasia.

Plagio IV: Invierno de Soles Rojos

El Plagio

Invierno de soles rojos, enanas blancas. Invierno de manchas solares. El otro día perdí el azimut entre esos astros. Algún amanecer de sextante entre mis espejos.Yo floté de arneses sobre la bóveda del observatorio. Rajé a patadas a los cormoranes que me cagaban la lente. Y siguieron cantando a la vida, ¿Qué será eso?

Invierno de teleobjetivos. Invierno de trayectorias erráticas, gravitatoriamente inexplicable, quisiera con razón, que K12787 no se esconda cuando pase M4555 como loco. Quisiera que permanezca como lo tengo calculado entre la boca de la Hydra. Como yo, que permanezco con el cuello duro y las escleróticas hinchadas,sin imaginar que quizá en toda esa belleza del universo, se halla jugando a las escondidas con los quasares, robándole ceremonias al Cosmos.
Por eso cuando vienen los días exactos del perihelio, al equinoccio le cuesta abandonar su eclíptica, intenta vibrar en todas las cuerdas de los espacios tubulares, pero el afelio acomete de Coriolis, temblando la Falla de San Andrés. Ya me acostumbré a esperarlo cada 24 de junio a las 2: 45hs desde aquel 1969.

Es inaudito que yo ser racional, cientificista, crea que aquel niño que dormía en la habitación de al lado esté prendido de la roca de K12787.
Si todavía recuerdo cuando jugábamos a las bolitas, su corazón palpitando, su sonrisa, su canto a la vida no transitada, desafiando el titilar de la Géminis V que pasaba exactamente a las 7 de la tarde. Creo que se escapó con un cometa de Saint-Exupéry, dejando a una madre más demente por el retoño que volaba, un hermano oliendo el aroma a calas, buscando el alma en los rincones para volverla a poner en su sitio.

Invierno de despedidas.
Invierno de carabelas a la luna.
Invierno de saltos largos y lentos sobre la luna. Sin poder conocer sus alas, se quedó dormido, y andará navegando, vaya uno a saber entre que campos gravitatorios.
K12787 no te vayas...

Universo no te precipites sobre nuestros agujeros negros, que tengo una magia de espejos y refractarias, y, si realmente quedamos sin tiempo, porque es fin de este eón, no tritures los meteoros y los lances en picada al centro de las estrella fijas, dejalos que vaguen entre los cinturones opacados, esos que despiertan cuando los planetas estallan de iniquidades, dando la espalda a los milagros, dejá que las traslaciones sean calculables y no difumines sobre el manto oscuro de la noche, esas constelaciones nuestras, cuentas de certezas, de dados que siempre dan resultados distintos.*
No te inmiscuyas en mis momentos** mientras evalúo el tensor de inercia de las Pléyades para poder rebautizar los guijarros con nombres más humanos.
Nuestro último consuelo.




* “Dios no juega a los dados” (Albert Einstein, al oponerse, en un principio, a la teoría cuántica)
**Momento, en el sentido físico de la palabra.


El Tema

Otoño de rosas amarillas.

Otoño de rosas amarillas...
Otoño de soles gigantescos...
El otro día me perdí entres esos astros que brindaban
algún que otro amanecer descuidado de rencores,
Yo caminé sobre el piso del cielo, me maravillé con los sonidos de ñps pájaros en el momento que le roban una canción a la vida.
Otoño de pimpollos...
Otoño imcomprensible, inexplicable, quisiera de corazón
no te escondas cuando llegue apresurado el invierno loco...
Quisiera que permanezcas como permanecen las rosas en sus hoyuelos,
como permanezco yo recostada sobre la hierba frescas sin imaginar quizás,
que sobre toda hermosura del invierno, te hallas tú, robándole momentos.
Por eso cuando viene el invierno, al otoño le cuesta desprenderse de su día, trata de sujetarse de todas las ramas frágiles que cuelgan de los árboles mudos, pero es imposible que el invierno no lo arrastre hasta el olvido.
Uno se acostumbra a sentir nostalgia por el otoño cada 21 de julio...
Pero es extraño, es inaudito, creer que el invierno ha tomado posesión de este día.
Todavía siento el calor sacudiéndome, aún las risas de las flores me contagian, los himnos de los cielos se aventuran a desafiar a los unicornios que huyen despavoridos de sus cárceles; los niños huelen a trigo, las mamas se sientan a contemplar las minuciosas pérdidas de alguna que otra hoja que estaba desprevenida, y creo que hasta la toman y las devuelven a su sitio.
Otoño de promesas...
Otoño de aventuras...
Otoño sobre las ruedas de algún invierno lento, que no ha podido abrir sus alas completamente, aún se encuentra dormido, vaya uno a saber por que campos vespertinos...
Otoño no te vayas...
Invierno no te precipites sobre nosotros, robándonos nuestro otoño mágico...
Y si realmente vienes porque la madre naturaleza te lo ha exigido, no tomes al otoño
del cuello y lo lances a patadas, dejalo que viva entre las flores dormidas, aquellas que sólo se despiertan cuando viene el otoño con milagros a su espalda; también deja que los días sean buenos y....

Verónica Cento

Publicado en Poesía.com el 02/08/2001