domingo, 26 de octubre de 2008

Ojos Verdes

Bajé del tren apurado. Me acomodé el piloto gris. Apreté firme la manija del ataché. Crucé el atestado e inmenso patio. Miré los relojes de pared, ninguno me respondió. Tuve que levantar, incomodo, la muñeca, 19:23 me contestó el Seiko. La tarde caía sobre esa fastuosa construcción de autopista.
Salí por la entrada de Hornos. Bajé a la dársena de taxis. Hacía mucho frío. (La estación de Constitución siempre me da frío. Recuerdos. La Bagley. Casa Cuna, el hijo que no pudo vivir, las culpas, el adiós de María, la soledad ).
Levanto la mano para llamar un taxi. Un pie descalzo se me adelanta. Una mano sucia abre la puerta por mi y me tira de la manga. Cabeza rapada. Campera de jogging azul, pantalón corto y unos ojos verdes que no le pertenecían.
El tachero, estiraba el cuello, sin entender mi perplejidad y me sobraba con la mirada.

- ¡Pará, boludo!, le dije.

Me cagó, porque puso primera y se fue gritándome socarronamente algo así como si vivía en un frasco de mermelada.

No pude evitar seguir la larga costura. aún rosa y escárica, que le adornaba la pantorrilla izquierda desde el tobillo hasta la rodilla. Se apretaba las solapas, con el puño izquierdo y con la derecha me urgía (No se si juega con una moneda imaginaria o me dice dale pelotudo).

Sus ojos verdes mas fríos que la tarde y su chicle insolente me asustaron. Soltó la campera para rascarse la cicatriz y vi sus incipientes, desnudos y escondidos pechos de mujercita.

Me sacó del letargo el ulular de un patrullero, y tres tiras que venían.
Ojos verdes, mostró el zigzag de sus pies desnudos- Su cintura, mas elástica, se escurrió entre la mano libre del botonazo que jugaba con la cremallera de su Itaka. La barriga del rati, un borbotón de sopa rancia y su enorme sisa pudo menos.
Atino a protegerla, no se porque, debajo del piloto, a pesar de que un sudor frío me cruza la columna, la taquicardia me ataca y las rodillas no me sostienen. Ojos Verdes, gélida, indolente, aprovecha el segundo de duda y se pone fuera de su alcance y le hace un corte de manga desde el playón frente a Caseros.

Levanté el índice instintivamente, como reclamando inmunidad diplomática, para protestar el desproporcionado atropello, cuando observé que sus capturas eran sólo tres chiquitas preadolescentes, de sucias polleras. El dedo me lo llevé para acomodarme los lentes, cuando escuché el sonido retráctil del seguro de un arma automática que no conocía. (Antes que me lo hagan poner en otro lado).

Los pendejos, seguían su tarea sin inmutarse por el desbande aterrado de sus compañeras. Los forros azules, bordaron el asfalto con chirrido de gomas. Quedé con la boca abierta, en medio de Hornos.

Ojos verdes, reaparece, me mira, me estudia y me dice:

- Se va a divertir esta noche la botonera, .... ¡lástima a la Vivi la junaba!.

De sus enormes ojos de hielo, cayeron lágrimas sin sollozos, sin llanto. Se limpió, los ojos y los mocos con la manga.

Me vuelve a mirar, como perro que vuelve a su hueso luego de la pelea:

- ¿Me dás...?

Obligado, en forma refleja, meto la mano en el bolsillo del pantalón, saco y le doy un billete de 10 australes.




Bajé del tren apurado, me acomodé el piloto azul, apreté la manija del ataché. Hace frío. Me quedé sin cambio para el taxi. Crucé Brasil. Crucé Juan de Garay, para tomar el diferencial. Las 23:18. Vuelvo a sacar el celular, para saber como están en casa. Estoy llegando a Lima, un ulular de sirenas. No me deja escuchar. ¡Todo bien gracias!

Alzo la vista buscando la parada, y una potra de cuidado pelo azabache, piel trigueña, un contorno inquietante, enfundada en un glamoroso gamulán, una cara pollera de pana. Me mira, se pasa la lengua por el labio superior, rojo como una frutilla. Me inquieto, me asusto (Quizá debería, tendría, podría preguntarle cuanto) Pero me gana de mano.
Sin dejar de mascar chicle, me dice:

-¿Todavía tenés el piloto gris?

Y no me deja de mirar con sus enormes Ojos Verdes.

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