sábado, 8 de noviembre de 2008

Nudo de hilo

Nudo de hilo

El hombre parecía tranquilo, pendulaba la pierna desde la rodilla, se fumaba tranquilo su cigarrillo y mirando como si nada la explanada, mientras jugaba con un hilo en una mano.

Lo volví a mirar por la ventana espejada y no parecía sentir ninguna preocupación de la acusación que pesaba en su contra. Al ser detenido como sospechoso sólo dijo que le dejaran cambiar el saco, traer sus agendas y dejaran de buscar.
Lo hice pasar con la idea de obtener su confesión. Guardé apenas con premura la primer carpeta de relato no oficial donde el perito me cuenta sus primeras impresiones. El resto del equipo aún trabajaba en el lugar del hecho. Lo vi tan tranquilo que hasta lo invité a un café.

Noté como se sonreía para sí mientras yo preparaba los formularios de rigor. Había una felicidad inexplicable en su cara, mientras sorbía el horrendo café que había preparado la Gutiérrez, como si estuviera en una glorieta de Recoleta. Me interrumpió con una impresión y una pregunta:

– ¡Ha, que bien que estamos aquí!... ¿Cuánto me toca?

– ¿Le toca de que? Le respondí.

– Cuantos años...

– ¿De cárcel?

– Y claro...

– Eso depende... no depende de nosotros... pero digamos que hay varios factores... premeditación... alevosía por un lado... o... colaboración con la justicia por otro...

– Digamos que Ud. nombra todo eso porque debe estar en sus informes. Me interrumpió.

Noté algo raro en su voz. Por lo que le propuse, antes de escribir nada, una confesión informal de palabra, para poder atar los cabos en mejor forma, antes de pasar a los papeles.

– ¿Hubo premeditación? Fue mi casi infantil primera pregunta.

– Por supuesto, estuve largo tiempo planeándolo.

– Sin embargo, mis primeros informes no parecen hablar de un hecho planeado.

Fue entonces cuando desplegó una añosa y gorda agenda, llena de señaladores, atados todos a un mismo hilo, la apoyó sobre el escritorio, se puso los lentes y comenzó a enumerarme.

– Uno... Dijo

– Uno, ¿qué?

– Uno... ¿me deja seguir?...

– Siga, siga...

– Uno. Salté la pared del fondo, entre por lo del vecino de la higuera. Aproveché que estaba distraída tomando sol, la tomé de los pelos, la arrojé a la pileta y la sumergí, cruzándole un brazo por la espalda y tomándola de la nuca. Ella luchaba tratando de clavarme las uñas pero sólo consiguió abrir un tajo a la lona por donde comenzó a escapar el agua. No me confié en que haya dejado de moverse y la sostuve contra el fondo hasta que se me acalambró la muñeca. Luego me arregle la camisa. Saqué mi llave del pantalón, abrí la puerta del frente y salí como si me fuera a trabajar.

Lo miré con desconfianza por primera vez. Le pregunté con torpeza...

– ¿De que está hablando?

Me miró, levantando la mano derecha apuntando con el índice y el mayor al techo. Fue cuando observé que los tenía pegados quizá en forma congénita.

– Dos, me dijo. Paseaba con mi coche por la Avenida Libertador cuando la vi paseando por la vereda llena de paquetes, luego de sus habituales shopings. Subí al parque, la atropellé desde atrás, desparramando todos sus regalitos por el pasto del Paseo de la Infanta. Como tuve dudas que aún respirara, hice marcha atrás y le pasé varias veces el coche por encima. No quedó madeja de hilo sana, hasta que vi la nueva onda verde y me fui.

– Así, no me diga. Le dije, cuando en realidad deseaba pararlo en seco.

– Tres. La encontré en una fiesta en el Sheraton. Evité que me viera. Aunque sería raro, pues ella sólo se veía a si misma. Cuando salió al balcón con su vestido negro y su copa de whisky, le hice una toma de cintura, rompimos la baranda y caímos al vacío, ella pegó con la cabeza contra la base de la Torre de los Ingleses, pero yo me tomé del Tótem y descendí como un bombero. Después caminé rápidamente porque se me iba el último tren de retiro.

Casi no me podía contener. No sabía si reírme, enojarme, llamar al psiquiatra o hacerle dar la habitual tunda de ablande.

– ¿De que me está hablando? Le dije con la mejor voz, ocultando la carcajada.

– De eso, premeditación. Tengo 22 más en este catálogo. Pero pasemos a alevosía. A ver este, este me parece genial... luego de haberle desparramado los sesos a su amante de turno, viene y se me planta de rodillas, se me colgó de los pantalones, implorándome perdón, entonces levanté la Mágnum 44 y le disparé en medio de los ojos...

– Espere un momento. Le dije.

Salí a la ventana a pensar un momento. Tenía dos alternativas, o bien se quería hacer pasar por loco o estaba dando señales de una soberbia que nunca me había tocado ver... o, claro, por supuesto, no tenía nada que ver.
Era evidente que estaba primero en la lista de sospechosos, para poner la simple carátula de uxoricidio... entonces decidí seguirle el juego... mejor dicho me tocaba dar una puntada a mí.

– ¿Que auto tiene? Le pregunté.

– No, no tengo auto... nunca tuve auto.

– ¿Y con cual auto la atropelló?

– Y que sé yo... un Mercedes, ¿le parece bien?... ella quería tener un Mercedes...

– ¿Cuánto le salieron las balas del Mágnum?

– ¡Hu!, ¡son caras esas balas!... pero me las mandó de regalo mi amigo Clint Eastwood...

– Pasemos a otro tema mejor, dígame, ¿por qué lo hizo?

– ¿Porqué lo hice? Digamos ¿porqué finalmente lo hice? o... ¿porqué alguna vez lo pensé o... decidí o... temí hacerlo...?

– Dígame la verdad.

– ¿Que es la verdad?.

– Cuénteme, simplemente, como fue esta vez...

– Humm... no me acuerdo... ¿dígame donde fue?... en su casa, la calle, un supermercado...

– Fue es su casa...

– Ah, en casa... Ud. sabe, no sólo de pan vive el hombre... no sólo de amor se construye una pareja... digamos que este amor fue como encender una lámpara y esconderla en un jarrón. Yo me había planteado, sin embargo amarla de tal forma que mi presencia no apagara la mecha que aún humeaba... pero como de todos modos el árbol se conoce por sus frutos, un día salí de esa casa sin siquiera decirle “Seguime”... pero bueno hay que dar al Cesar lo que es del Cesar... así que acá estoy, de donde no saldré hasta pagar el último centavo...

– Creo haberle escuchado que contaría sobre la casa o algo así...

– Así, claro, pero yo no tengo tronco donde recostar la cabeza. Ud. sabe que nos han dicho: No matarás. Pero confundimos el matar con el usar armas, el ver correr sangre o un cuerpo ponerse cianótico de asfixia mientras nuestras muñecas se enervan en una laringe. Pero no es la única forma de matar. Yo me he refugiado en esta fantasía... hasta hace unas horas... y ahora veo que se ha cumplido... Sí, es cierto, no fueron mis manos, ni ha salido de mis bolsillo la paga al mercenario...

– Que acaso no se ha planteado, luego de toda esa agenda, el caso de un asesino a sueldo...

– Ve estos dedos. Fue una ingenua tentativa de suicidio. Al poco tiempo de salir de esa casa. Me hice un nudo con un cable y bajé la llave. Pero sólo pasó que se me prendieron fuego los dedos y saltaron los tapones y así han quedado y así quedarán pues lo que Dios ha unido no ha separarlo el hombre. ¿Ud. le daría a su hijo una serpiente si le pide un pescado? No, nunca me plantee el caso concreto.

– Entonces, ¿qué hace acá?

– Digamos, es cierto, yo no siento ningún pesar, pero lo oculto tiene que saberse. Pues quien le ha pedido al Universo este final, sino yo. Es probable que haya sido un ocasional ladrón, de esos que uno nunca sabe en que momento vendrá, que si uno supiera estaría con la luz encendida. O alguno de sus habituales amantes. Pero no he de ser yo quien arroje la primera piedra, porque mi nombre también está escrito en el arena. He sido simplemente quien lo ha pedido y se me ha concedido. He llevado la carga el doble de lejos. Pero ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde el alma?. Y eso, mi amigo, ha ocurrido hace un largo tiempo, ya he vagado largo trecho entre los muertos y nadie me ha querido enterrar. He recitado letanías, le he dicho, porque me has abandonado. Por tanto no importa quien haya usado sus manos, sino quien lo ha pedido. Por tanto no busquen más. He aquí el hombre.

Lo miré con asombro. Estaba dispuesto a pagar un crimen que no había cometido, sólo porque lo había deseado. Dejé de reírme y le plantee.

– Sabe que pasa amigo. Tenemos un código civil, es ese código existen las figuras, de cómplice, coautor, instigador o autor intelectual. No existe la figura de deseo necesario. Así que para nosotros, no hay "prima fascie" ningún motivo, para detenerlo.

– Bien pero le hago una apuesta...

– No... los policías no apostamos...

– Ve como todos mentimos hasta en lo evidente...

– Diga entonces...

– Le apuesto lo que salen dos pajaritos, que es una de las que tengo escritas y atadas en este catálogo...

– No creo, pero bueno que se haga según su palabra.

– Ve, hombre de poca fe, que se le puede decir al cerro movete y este lo hará... o sea ¿que no voy quedar detenido?.

– Por ahora no, pero técnicamente sigue en la cuerda de la investigación, Ud. sabe hay muchos sospechosos pero, muchos son llamados pero pocos los escogidos...

– Bueno. Si nadie tiene más que decir, tengo un llamado que hacer a una persona. Quizá ahora le pueda dejar de decir que no soy digno que entres en mi casa, quizá hoy empiece una nueva vida, o no, quien sabe...

Lo despedí. Pero igual llamé al psiquiatra. No fuera cosa que... pero no... entonces pasé a la oficina de Galíndez, donde se habían reunido para escuchar y cagarse de risa de las ocurrencias del pobre tipo. Me enojé.

– ¿Hasta cuando tendré que soportarlos? Les dije, sin mucha convicción.

La Gutiérrez me invitó otro de sus espantosos cafés, mientras me decía:

– Hasta que la muerte nos separe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario